Juan Bautista Alberdi
La habitud de hacerlo todo en nuestro país, por algún motivo personal, hace que se atribuya uno semejante a la reacción contra el españolismo, que desde algún tiempo sostenemos en el interés puro del progreso nacional. No son pocas las violencias que esta lucha nos cuesta; pero profesamos que donde no hay sacrificio tampoco hay patriotismo. No es una cosa tan agradable atacar las costumbres de nuestros mismos padres, de nuestros mismos amigos, de nosotros mismos; pero si en estas consideraciones se hubiesen detenido los que comenzaron la revolución americana, tampoco seríamos hoy independientes y republicanos.
Muchos de nosotros tenemos padres españoles cuya memoria veneramos.
Tratamos españoles dignos, que nos llenan de honor con su amistad.
Frecuentamos escritores a quienes debemos más de una idea. Pero todo esto no nos estorba el conocer que el mayor obstáculo al progreso del nuevo régimen es el cúmulo de fragmentos que quedan todavía del viejo.
Para nosotros, el período español y el período tiránico son idénticos, y en el mismo día de Mayo han caducado de derecho. Profesamos que el despotismo, como la libertad, reside en las costumbres de los pueblos, y no en los códigos escritos. Una carta constitucio nal que declarase hoy esclava a
españolismo, que nosotros comprendemos todo lo que es retrógrado, porque, en efecto no tenemos hoy una idea, una habitud, una tendencia retrógrada que no sea de origen español.
Hemos pues podido establecer por tesis general, que el españolismo es la esclavitud. Y que no se apele a la vulgar letanía, que todos los pueblos tienen de bueno y de malo, de viejo y de nuevo. Es tan excepcional y tan raro lo que la España cuenta todavía de nuevo y progresivo, que en nada altera todo ello la generalidad de nuestra tesis.
¿Y no es
"Solamente el tiempo, dice Larra, las instituciones, el olvido completo de nuestras costumbres antiguas" —esas que nosotros también queremos y debemos olvidar—, "pueden variar nuestro obscuro carácter. ¡Qué tiene esto de particular en un país, en que le ha formado tal una larga sucesión de siglos en que se creía que el hombre vivía para hacer penitencia! ¡Qué, después de tantos años de gobierno inquisitorial! Después de tan larga esclavitud es difícil saber ser libre. Deseamos serlo, lo repetimos a cada momento; sin embargo, lo seremos de derecho mucho tiempo antes de que reine en nuestras costumbres, en nuestras ideas, en nuestro modo de ver y de vivir la verdadera libertad. Y las costumbres no se varían en un día, desgraciadamente, ni con un decreto; y más desgraciadamente aún, un pueblo no es verdaderamente libre, mientras que la libertad no está arraigada en sus costumbres, o identificada con ellas" (Fígaro, "Jardínes públicos").
Pero nuestros publicistas no han pensado a este respecto como Montesquieu, como Tocqueville, como Larra, sino que lo han esperado de las constituciones escritas. Se han escrito muchas y no tenemos ninguna.
Podemos pues continuar despreciando las costumbres, es decir, las ideas, las creencias, las habitudes. ¿ Qué tienen que ver ellas con la constitución de los pueblos?
©JoséLuisGómez-Martínez
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