domingo, 6 de junio de 2010

Coronel Felipe Varela (1819-1870) - parte 2


Al servicio de la Argentina

Al finalizar el año 1855, regresa nuevamente a nuestro país, y aparece revistando como teniente coronel en el Regimiento Nº 7 de caballería de línea que comandaba el coronel Baigorria, destacado a la sazón en Concepción de Río Cuarto.

Luego de firmado el tratado de La Banderita, el 20 de junio de 1862, entre el general Peñaloza y el coronel Baltar, representante este último del general Mitre, el Chacho vería con disgusto que otra vez su confiado espíritu gaucho lo había traicionado. Mitre no tenía intención alguna de convivir pacíficamente con provincias federales y menos aún con sus caudillos. Varela había alertado al Chacho de su excesiva buena fe, pero éste era hombre de palabra y no reaccionaría hasta confirmar la traición porteña. Por ese motivo vuelve a encomendarle a Varela la misión de recorrer Catamarca para recoger la opinión de sus lugartenientes y del paisanaje. Regresa a La Rioja y al poco tiempo aparece de nuevo en Catamarca cabalgando junto a los jefes montoneros Carlos Angel y Severo Chumbita, esta vez agitando por la revolución federal.

Finalmente, el 26 de marzo de 1863, el Chacho levanta su lanza y desgarra el aire riojano con un grito de guerra, que subirá los cerros, cruzará el desierto y estallará en el corazón de un pueblo que, como ayer con Quiroga, acudirá enamorado a la invitación insurreccional del caudillo.

Vencido Peñaloza en la batalla de Las Playas, Felipe Varela se exilia en Copiapó, Chile, desde noviembre de 1863. Ha quedado muy pobre y sin medios para reorganizar su ejército desintegrado. Pero las ganas de pelear siguen intactas, máxime cuando recibe la noticia del asesinato del Chaco. Por eso, haciendo un gasto imposible para sus exiguas arcas, envía desde Chile hasta Entre Ríos, una carta dirigida al general Urquiza. En ella, con un tono más directo y conminatorio que el usado para con Peñaloza, Varela indica a su jefe que todo el país clama para que “monte a caballo a libertar de nuevo la república… como único salvador de la patria y sus derechos todo habitante clava sus ojos en S. S.”, y por último le pide algunos fondos para formar “una bonita división”. Fiel a su política conciliadora, Urquiza archiva la carta sin responder.

También en Copiapó, recibe la noticia de los sucesos de la Banda Oriental, donde Venancio Flores, con el apoyo de Mitre y el Imperio del Brasil, se ha levantado contra el gobierno nacionalista “blanco” de Berro. El mariscal paraguayo Francisco Solano López sabía que, caída la Banda Oriental en manos brasileñas, le llegaría su turno de enfrentar a la potencia expansionista. Y no se equivocó, los acontecimientos de la Banda Oriental terminaron con la Guerra de la Triple Alianza, pisoteando los principios de la Unión Americana.

Desde Chile, Varela seguía con ansiedad los hechos, esperando una respuesta de Urquiza, sin saber que la historia golpearía su puerta llamándolo a convertirse en la voz y la lanza de los humildes, el último gran caudillo montonero. Allí se puso en contacto con la Unión Americana, a la que adhiere fervorosamente, integrándose al comité de dicha unión en Copiapó.

Varela, convencido de que Urquiza desenvainará por fin su espada para defender al Paraguay, monta su caballo y se dirige a Entre Ríos, completando la travesía en sólo catorce días. Al llegar, para su sorpresa, encuentra a Urquiza decidido a alinearse con Mitre contra el Paraguay. Al poco tiempo se produce el “desbande” de Basualdo, en donde las tropas de Urquiza se niegan a pelear y desertan. Muchos consideran como instigadores de este hecho a Felipe Varela y Ricardo López Jordán. El repudio hacia esa guerra fraticida es generalizado.

En 1866, Perú, Chile, Ecuador y Bolivia están en guerra contra España. Todo el pacífico es solidario con esta lucha. Mientras tanto, las naves españolas que se sumaban al ataque se abastecían sin dificultades en Buenos Aires y Montevideo, ante la indignación del resto de las repúblicas de América. Los primeros meses de 1866 encuentran a Varela en Chile, donde asiste al bombardeo de Valparaíso por parte de las fuerzas españolas. Esta experiencia fortalece aún más sus lazos con la Unión Americana. En febrero parte rumbo a Bolivia y poco después recala en Buenos Aires. Allí realiza contactos en busca de aliados para continuar la lucha contra el poder porteño. Es consciente de su escasez de recursos para tal empresa, por eso estrecha vínculos con chilenos y bolivianos a la vez que sigue confiando en Urquiza, quien, además es el único con los medios y el prestigio suficientes como para convocar al país y armar las huestes federales contra Mitre. Pero volverá a Chile con una última convicción: la revolución federal depende en gran medida de su protagonismo.

En noviembre de 1866 se produce en Mendoza la Revolución de los Colorados, que derrotó al gobierno de Melitón Arroyo. La revolución se expande. Tras la cordillera, Felipe Varela espera la oportunidad de comenzar el movimiento que ha venido proyectando desde hace dos años.

En Curupaytí, las tropas porteñas sufren un serio revés, festejado jubilosamente por los pueblos del interior que ya estaban en pie de guerra contra esas mismas fuerzas. En efecto, todo Cuyo y el Noroeste se halla en manos federales. Desde Chile, en diciembre de 1866, una poderosa voz se levanta sobre las altas cumbres, unificando todos los movimientos revolucionarios iniciados en los últimos meses: “¡Compatriotas a las armas!”. Por fin en enero, Varela se lanza a cruzar la cordillera. Tenía dos batallones bien equipados, tres cañones y una bandera en la que se leía: “¡Federación o Muerte!” ¡Viva la Unión Americana! ¡Viva el ilustre capitán general Urquiza! ¡Abajo los negreros traidores a la Patria!”

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