domingo, 6 de junio de 2010

Coronel Felipe Varela (1819-1870) - parte 1


Felipe Varela, hijo del caudillo federal Javier Varela y de doña Isabel Rearte, nació en el pueblo de Huaycama, departamento Valle Viejo, provincia de Catamarca, en 1819. Perteneció a una antigua y distinguida familia del valle catamarqueño. Un hermano del caudillo, Juan Manuel Varela, fue facultado por el gobernador Octaviano Navarro en marzo de 1857, para “ejercer la profesión de cirujano en la provincia” de Catamarca. Sus parientes han ocupado cargos públicos de responsabilidad en el ámbito lugareño y fuera de él. Varela pasó los primeros años de su vida con la tradicional familia Nieva y Castilla, del Hospicio de San Antonio de Piedra Blanca, de la cual era también pariente.

A los 21 años de edad asistió a la muerte de su padre en el combate librado el 8 de setiembre de 1840 sobre la margen derecha del Río del Valle, entre las fuerzas federales invasoras de Santiago del Estero y las unitarias de Catamarca.

Posteriormente se radicó en Guandacol, pueblito riojano recostado sobre la precordillera de los Andes. Allí se acogió al tutelaje del comandante Pedro Pascual Castillo, amigo de su padre, con quien visitaría esos lugares en sus frecuentes viajes con arrías de animales para Chile. Y allí, en Guandacol, poco después, formó su hogar con una hija de su protector, Trinidad Castillo. Se sabe que tuvo varios hijos, entre los que se cuentan Isora, Elvira, Bernarda y Javier. Con su padre político se dedicó, además, al engorde de hacienda para los mercados chilenos de Huayco y Copiapó. Esos continuos viajes y el trato con peones y pequeños ganaderos, le dieron un amplio conocimiento del paisano humilde de la región y de los vericuetos de la cordillera que cruzaría muchas veces. Y poco a poco, fue acrecentando su prestigio entre la peonada y la gente del campo.

No obstante su estirpe federal, luchó con su padre político en la Coalición del Norte contra Rosas, a las órdenes del caudillo Angel Vicente Peñaloza, quien se había plegado a esa causa por lealtad al gobernador riojano Tomás Brizuela, jefe de aquel movimiento. Pero vencida la resistencia norteña pasó con sus compañeros de infortunio a refugiarse en Chile. ¿Cuánto tiempo estuvo allí? No se sabe exactamente. Pero lo evidente es que en ese lapso logró gran predicamento.

Hasta hace poco se creía que Varela regresó al país recién después de la caída de Rosas, pero no es así. Documentos encontrados por el doctor Ernesto S. Zalazar, de Chilecito (La Rioja), y dados a conocer no hace mucho señalan que, por lo menos, en 1848 ya se encontraba en Guandacol. Por esos años el catamarqueño entró en amistad también con el coronel Tristán Benjamín Dávila, acaudalado vecino de Famatina. Dávila perteneció primero al partido unitario y después de Caseros se incorporó a los ideales de Urquiza, para pasarse, luego de Pavón, al mitrismo. Varela no sólo trabó amistad con el coronel Dávila, sino que se había asociado a sus negocios, entre ellos un molino harinero. Eran los tiempos en que catamarqueños y riojanos comercializaban prósperamente con Chile con arrías de mulas, venta de harina, aguardiente, vinos, algodón, y otros frutos de la región.

Ahora el catamarqueño está radicado en Copiapó y allí se quedará por algún tiempo. En octubre de 1855 figura en Vallenar (Chile), ostentando el grado de capitán de carabineros. Con otros oficiales argentinos, también emigrados, concurrió al asedio de La Serena, en defensa del gobierno chileno. Por su diligencia y coraje en la sofocación de la revuelta recibió un sable.

El escritor Francisco Centeno, que siendo niño conoció a Varela cuando éste tomó Salta, lo describe así en su obra Las Montoneras: “Varela era de estatura alta y bizarra; su faz fina, muy enjuto de carnes como todo criollo puro, criado sobre el caballo, alimentado eternamente de carne; usaba la barba sin pera, pero largas las patillas a la española, ya canosas, de pómulos sobresalientes y de ojos de mirar fuerte como ave de rapiña. Vestía pantalón-bombacha, chaquetilla militar con alamares y calzaba botas de caballería. Ancho sombrero de campo cubría su cabeza. Parecía representar la edad en que se ha pasado la mitad del término de la vida”. Y en otra parte expresa que “Varela no carecía de cierta gallardía militar”.

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