Corrientes supo y quiso albergar a los principales teatros de la ciudad, como el de La Opera, inaugurado el 25 de mayo de 1872 y ubicado como el actual Opera entre Suipacha y Esmeralda; el Politeama, en el cruce con Paraná; el Odeón en Esmeralda, cerca de la esquina donde Scalabrini Ortiz imaginó a aquel hombre que estaba solo y esperaba. La calle en la que el extraordinario payaso Frank Brown brilló por casi 40 años y en la que el inolvidable Pepino el 88 no ahorraba ninguna crítica a los poderosos de turno. Aquella Corrientes que vivió el trajinar de Sarmiento yendo y viniendo de la imprenta de su periódico El Censor ubicada en el cruce con Esmeralda; que vio y escuchó a los redactores de La Nación y de Caras y Caretas en los cafés de la esquina de San Martín. La Corrientes de los cafés literarios como el Royal Keller, donde Rubén Darío nos vio grandes y ricos y Ortega y Gasset, como mínimo, soberbios y distraídos.
La Corrientes que lucía en Florida la elegante peluquería barbería de Ruiz y Roca, centro de reunión de políticos e intelectuales.
Como era de preverse y quizás como un póstumo homenaje a la desidia de Mendoza, las obras se demoraron y en 1936 el presidente Agustín P. Justo sólo pudo inaugurar el Obelisco en el mismo solar donde hasta 1931 había sobrevivido el templo de San Nicolás en cuya torre, en 1812, flameó por primera vez en Buenos Aires la bandera celeste y blanca.
La inauguración pomposa y oficial llegaría en 1937, pero la gente se adelantó casi un año y todo el pueblo de Buenos Aires decidió inaugurarla por su cuenta. Con su impronta la recorrió de punta a punta, partiendo del flamante Luna Park para acompañar los restos de Gardel hasta la Chacarita. Eran decenas de miles que de tanto en tanto podían ver en las paredes sobrevivientes los restos de un empapelado, las intimidades interrumpidas de aquellas casas de Corrientes; y también la forma que iba adquiriendo la vieja calle con sus teatros reconstruidos y sus bares reciclados.
No por enemigo del progreso sino por amigo de lo entrañable, escribía Roberto Arlt en sus Aguafuertes porteñas: "Es inútil, no es con un ensanche con el que se cambia o puede cambiar el espíritu de una calle. Amenos que la gente crea que las calles no tienen espíritu, personalidad, idiosincrasia.
La Corrientes que lucía en Florida la elegante peluquería barbería de Ruiz y Roca, centro de reunión de políticos e intelectuales.
Como era de preverse y quizás como un póstumo homenaje a la desidia de Mendoza, las obras se demoraron y en 1936 el presidente Agustín P. Justo sólo pudo inaugurar el Obelisco en el mismo solar donde hasta 1931 había sobrevivido el templo de San Nicolás en cuya torre, en 1812, flameó por primera vez en Buenos Aires la bandera celeste y blanca.
La inauguración pomposa y oficial llegaría en 1937, pero la gente se adelantó casi un año y todo el pueblo de Buenos Aires decidió inaugurarla por su cuenta. Con su impronta la recorrió de punta a punta, partiendo del flamante Luna Park para acompañar los restos de Gardel hasta la Chacarita. Eran decenas de miles que de tanto en tanto podían ver en las paredes sobrevivientes los restos de un empapelado, las intimidades interrumpidas de aquellas casas de Corrientes; y también la forma que iba adquiriendo la vieja calle con sus teatros reconstruidos y sus bares reciclados.
No por enemigo del progreso sino por amigo de lo entrañable, escribía Roberto Arlt en sus Aguafuertes porteñas: "Es inútil, no es con un ensanche con el que se cambia o puede cambiar el espíritu de una calle. Amenos que la gente crea que las calles no tienen espíritu, personalidad, idiosincrasia.
Es inútil que la decoren mueblerías y tiendas. Es inútil que la seriedad trate de imponerse a su alegría multicolor. Es inútil. Por cada edificio que tiran abajo, por cada flamante rascacielos que levantan, hay una garganta femenina que canta en voz baja: 'Corrientes... tres, cuatro, ocho... segundo piso, ascensor'. Esta es el alma de la calle Corrientes. Y no la cambiarán ni los ediles ni los constructores. Para eso tendrían que borrar de todos los recuerdos la nostalgia de: 'Corrientes... tres, cuatro, ocho... segundo piso, ascensor'".
Por Felipe Pigna.
Clarin
Clarin
muy buen articulo
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