En 1868, los tranvías continúan siendo el tema obligado: se inaugura una línea entre Retiro y la esquina de Rivadavia y Paseo de Julio. Los tranvías desalojan a los ómnibus y se levanta una ola de críticas. Sólo un núcleo selecto de la ciudad los defiende: la opinión y la prensa en general se apasionan en contra “de los tranways”. Jorge Drable y Mariano Billinghürst asumen la defensa, y como argumento incontrastable muestran las estadísticas de Londres y Nueva York.
Las resistencias del vecindario tiene motivos varios. Su presencia constituye una revolución económica dentro de la ciudad, ya que su circulación valoriza propiedades alejadas del centro y forma barrios populosos donde antes de su llegada sólo había parajes solitarios.
Quienes más se oponen al servicio son los comerciantes y propietarios del centro, los que levantan como argumento uno sobradamente emocional que pronto prende en el ánimo público: los tranvías son peligrosos, muchos morirán bajo sus ruedas. En esta campaña, como es natural, los acompañaron los dueños de ómnibus y carruajes, que veían en los tranvías su desaparición. Pero los tranvías ganan el combate.
Sus enemigos logran apenas un consuelo: que el Poder Ejecutivo ordene la presencia de un pregonero a fin de evitar accidentes. De esta forma, la circulación de tranvías se inició llevando a un jinete con una corneta – a unos veinte pasos delante - el que anunciaba a los transeúntes el inminente paso.
El 24 de agosto se inaugura en Buenos Aires la primera línea de tranvías a caballo, cuyo recorrido se extiende desde las actuales avenidas Rivadavia y Leandro N. Alem hasta Retiro
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