CONCEPTOS FUNDAMENTALES.
1. La conquista del Desierto es el último acto de la ocupación de nuestro territorio por el hombre blanco, cumplido casi tres siglos y medio después de su comienzo, en 1536. Terminó así la insoportable plaga de los malones, la humillante pasividad de la República ante la audacia de un reducido número de bárbaros, la peligrosa existencia de una “tierra de nadie”, susceptible de despertar en cualquier momento la codicia del extranjero. Proporcionó la mitad de la superficie del país al esfuerzo poblador y económico.
2. La cuestión de límites con Chile llena la página principal de nuestra historia diplomática del período. El tratado de 1881 había resuelto el pleito en sus puntos esenciales; pero la separación de la línea fronteriza de las altas cumbres, respecto de la divisoria de aguas, observada en los Andes meridionales, provocó una grave divergencia, lo mismo que el asunto de la Puna de Atacama.
De 1896 a 1902, la inminencia de una guerra preocupó a las dos naciones. El arbitraje de Gran Bretaña disipó la amenaza. Utilizando el mismo recurso del arbitraje —generalmente desfavorable y siempre acatado—, la Argentina zanjó por la pacífica vía legal todos los inconvenientes del trazado de sus fronteras con los vecinos.
3. La prosperidad material y la enorme afluencia de inmigrantes, en su mayoría dispuestos a una permanencia sólo temporaria en el país, afectaron los valores espirituales y el sentimiento patriótico. La avidez de lucro desarrolló la especulación imprudente y deshonesta y contaminó la corrección administrativa. La posesión del poder se convirtió en requisito esencial del éxito, y fue acaparada por una minoría dominante que alejó al pueblo del comicios y de los asuntos públicos. Esto produjo el estallido cívico de 1889, culminado en “la Revolución del Noventa”.
La oligarquía, un momento desplazada consiguió recuperar sus posiciones; pero un nuevo factor de inquietud: el social, vino a sumarse al político; el primero originó huelgas tumultuosas y atentados criminales; el segundo, la revolución del 4 de febrero de 1905.
El doctor José Figueroa Alcorta, vicepresidente en ejercicio por la muerte de Quintana, empeñado en una solución de fondo, impuso la elección del doctor Roque Sáenz Peña para la presidencia, a fin de que formulase y aplicase esa solución, iniciada por la Ley Electoral de 1912.
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