La intervención de Pack debió ser un secreto de Estado y de hecho Perón jamás lo mencionó. Pero el médico informaba permanentemente al embajador de su país en Argentina, Ellsworth Bunker, quien a su vez mantenía al tanto al Departamento de Estado de las alternativas de la enfermedad de la entonces influyente esposa de Perón y de su mal pronóstico.
De todos modos, la operación no sirvió para detener un proceso que ya era irreversible. Los resultados de laboratorio indicaron que había metástasis. No obstante, la prensa de la época hablaba de "franca mejoría" de la paciente que lucía más y más desmejorada.
Cuando empezaron las complicaciones, el ginecólogo fue desplazado por nuevos especialistas comprometidos a sostener la mentira. Para que ella misma no reparara en la pérdida de peso, el intendente de la residencia, Atilio Renzi, se ocupaba de modificar su balanza. Antes de morir pesaba apenas 33 kilogramos.
Para cuando Perón asumió la segunda presidencia en junio de 1952, Evita participó del recorrido del presidente en un auto descapotable sostenida por un arnés. Ya sufría fatiga y fuertes dolores. "Lo sabíamos todos, nos portamos mal con Eva", reconoció hace algunos años el sacerdote Hernán Benítez, su confesor.
Si bien hay quienes sostienen que ella sabía de su enfermedad, Castro se suscribe a lo que cuenta Benitez, que Eva, ya desahuciada, se entera casi por casualidad, cuando una mujer que se acerca con un grupo de militantes peronistas hasta su lecho le pregunta "¿Por qué justo usted, que es tan buena, tiene que tener un cáncer?".
El último acto del engaño fue la convocatoria de Perón al modisto Paco Jamandreu para que le diseñara los vestidos que ella llevaría a un presunto viaje. "Eva se muere, pero tenemos que levantarle el ánimo", le dijo. Entretanto, una multitud estimada en un millón y medio de seguidores celebraban una misa en la calle para pedir por su salud.
Castro reserva para el final un testimonio inédito de la jefa de enfermeras, María Eugenia Álvarez, aún viva. "Ya falta poco para el final", le dijo Eva en vísperas de su muerte, cuando la acompañó al baño. La mujer nunca olvidará "el llanto tremendo" de Perón y del doctor Finochietto, el que nunca la operó.
Editorial Vergara. (http://www.edicionesb.com.ar)(FIN/2007)
Por Marcela Valente
IPS/Diario DigitalRD.Com
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