Los terroristas de la Triple A ofrendaron su bautismo de fuego en honor a Perón cuando el líder, ya con 80 años, regresó al país a bordo de un avión chárter de Alitalia, solventado por el italiano Licio Gelli, il capo de la logia masónica de ultraderecha Propaganda Due (P2), poco antes de que la aeronave aterrizara en el aeropuerto bonaerense de Ezeiza. Aupado al palco montado a las afueras del aeropuerto para que el líder hablara a la multitud, estimada en más de un millón de manifestantes, Jorge Osinde, teniente coronel retirado y secretario de Deportes del Gobierno peronista, encabezó un grupo de matones que ametralló a las columnas de militantes y simpatizantes de la Juventud Peronista, el ala izquierda del partido. Aquella escena propia de una película de la mafia neoyorquina pasó a la historia contemporánea de Argentina con el nombre de la masacre de Ezeiza y, aunque nunca hubo cifras oficiales de víctimas, se calcula que costó la vida al menos a 14 manifestantes y dejó heridos a medio centenar.
En los tres años siguientes los muchachos de la Triple A intensificarían su cosecha de sangre eliminando a tiros y bombas a casi un millar de argentinos. La idea de Perón de revivir en Argentina la experiencia del Somatén se fortaleció en las tertulias que mantenía en Madrid con varios personajes de la fauna nazi y fascista que pululaban por la villa en épocas de Franco.
Entre otros, estaba Otto Skorzeny -general de tropas de asalto de Hitler y rescatador de Mussolini en su cautiverio-, Jean Maurice Bauverd o León Degüelle. Ese grupo «gozaba de protección en España por parte de dos funcionarios del régimen: Gerardo Lagüens, ex combatiente de la División Azul, y Antonio Cortina, sobrino nieto de Pedro Cortina, último ministro de Exteriores de Francisco Franco», según se afirma en el libro 'La fuga del Brujo', de Editorial Norma, del periodista de investigación Juan Gasparini, también premio Novela Negra de Gijón.
Incluso Antonio Cortina, según esa obra, acogió en Madrid a El Brujo López Rega en 1975, cuando debió abandonar el país por la presión popular y aterrizó en Barajas con el título de embajador argentino plenipotenciario, escoltado por los jefes de la Triple A Juan Morales y su yerno, Rodolfo Almirón Sena, el cual, en pocas semanas, se empleó en la seguridad de Manuel Fraga Iribarne, que se encontraba al frente de Alianza Popular.
A través de varias sociedades dedicadas al tema de seguridad, Cortina se abocó -siempre según Gasparini- a «fichar a extranjeros» para la denominada matanza de Montejurra, en Navarra, ocurrida el 9 de mayo de 1976, en la que murieron dos monárquicos carlistas. Allí habrían actuado de sicarios tanto Almirón como Morales y otros argentinos de la Triple A, sostiene el autor.
Treinta años y tantisimos cadáveres después, hoy a Isabel y a Almirón Sena se les terminó su exilio dorado en España. Están detenidos, aunque ella en su casa de las afueras de Madrid, y aguardan la hora de ser extraditados a Buenos Aires para rendir cuentas a la Justicia por los crímenes de una organización criminal que, ahora se sabe, tuvo su raíz española.
El Mundo: El origen español de la idea para la Triple A
Por Juan I. Irigaray
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