martes, 1 de septiembre de 2009

Argentina y la Segunda Guerra Mundial: mitos y realidades - Parte 2


Primera visión

Esta presenta el desarrollo político y económico anterior a los años '30 corlo una especie de "paraíso perdido" que no se continuó por culpa de los que condujeron el país a partir de ese momento. El llamado "modelo agroexportador", que aplicaba políticas liberales en lo interno y que suponía una adecuada inserción económica internacional caracterizada por una amplia apertura de la economía argentina en lo externo, habría permitido el despegue del país y un modelo de desarrollo que ubicó a la Argentina en el reducido núcleo de naciones privilegiadas por sus condiciones de producción y nivel de vida. Sin embargo, este esquema contiene varias falacias
.

En primer lugar, a partir de la crisis de 1929 las características de la economía mundial cambiaron radicalmente. Eso hacía imposible continuar el camino emprendido en los años anteriores, aunque éstos hubieran sido fecundos.


En segundo lugar, la vinculación argentina con el mundo ya estaba experimentando transformaciones en los años de la primera posguerra. Si la Argentina se abre a la economía internacional desde 1880 como un país productor de materias primas e importador de manufacturas y bienes de capital, lo hace en función de un modelo de división internacional del trabajo y de la existencia de una potencia hegemónica, que es Gran Bretaña.

Por lo tanto, la apertura que realiza Argentina a fines del siglo XIX tenía un fuerte contenido bilateral; estaba basada en esas relaciones privilegiadas que se establecieron con Gran Bretaña y, en segundo término, con Europa. Pero esta situación no duró más de 30 o 35 años, si consideramos que la relación con el Reino Unido se consolida a partir de 1880. En general la historiograBa argentina no tiene en cuenta que la conexión con la potencia hegemónica se produjo en momentos en que ésta comenzaba un lento proceso de decadencia que no fue un producto de la segunda guerra, ni siquiera de la primera: los historiadores británicos señalan como arranque del mismo la gran depresión que va de 1873 a 1896.
Por otra parte, se tiende a destacar la importancia que tuvo para la Argentina esta vinculación, sin señalar lo trascendente que fue para Gran Bretaña, que estaba perdiendo mercados en Europa y en otros países periféricos.

No es por casualidad que, a mediados de la década de 1880, la mayor parte de la inversiones británicas en el mundo se dirigieran hacia la Argentina. Pero Gran Bretaña tropezaba con dificultades: se enfrentaba con la competencia de otros países industrializados emergentes como Alemania, EE.UU. y Francia. Lo más importante es que los EE.UU. se transformaron después de la Primera Guerra Mundial no sólo en una potencia industrial, sino también en el primer poder financiero internacional. Pasaron de ser un país deudor a ser el acreedor de las naciones beligerantes y comenzaron a expandir sus capitales en el exterior, especialmente en América Latina.
Así, en poco tiempo se convirtieron en el principal cliente y proveedor de la Argentina y reemplazaron a Europa como fuente de capitales.

Sin embargo, después de la guerra, Gran Bretaña retomó en parte su antigua posición en las relaciones internacionales argentinas. Pero la presencia norteamericana ya era fuerte económica y comercialmente. Comenzó entonces lo que suele denominarse el triángulo anglo-argentino- norteamericano. Los EE.UU. quedaron como el principal proveedor de bienes de capital y manufacturas, mientras que Gran Bretaña continuaba siendo el principal cliente comercial de la Argentina. Relaciones que originaron la creación de un superávit comercial con Gran Bretaña y de un déficit de magnitudes importantes con los EE.UU. que duró varios años.

Esta situación se compensaba por la circulación de capital financiero en sentido inverso, como consecuencia sobre todo de préstamos e inversiones de capital estadounidenses y también del flujo de dividendos, intereses y beneficios de empresas inglesas radicadas en el país a fines del siglo XIX y durante la primeras décadas del XX. Fenómeno que no es poco importante, ya que Gran Bretaña pudo financiar en gran medida su comercio con la Argentina entre los años '20 y '40 gracias a estos flujos proporcionados por las inversiones que realizó antes de 1914.

Todo parecía llevar, como sucedió a partir de los años '30 con Brasil y otros países del continente, al abandono de la relación privilegiada con el Reino Unido y al inicio de un nuevo tipo de vínculos con Norteamérica. Al mismo tiempo, esa relación económica privilegiada que Washington empezaba a tener con Latinoamérica después de la primera guerra también la pretendía en lo político, y es en ese momento cuando comenzó a impulsar la construcción de un sistema político hemisférico que estaría bajo su influencia, levantando el ideario del panamericanismo. Pero el curso de los acontecimientos no fue el que podía preverse; por el contrario, en los años '30 la Argentina reforzó sus relaciones con Europa y sobre todo con Gran Bretaña, con un costo importante: el de malquistarse con el país del Norte en numerosas ocasiones en el ámbito internacional, sobre todo al criticar diversos aspectos de la política exterior norteamericana.

Entre otras causas, el hecho de que el mercado norteamericano no se abriera a los productos argentinos fue un elemento de irritación que llegó a su punto culminante a fines de 1926, cuando el Departamento de Agricultura norteamericano decretó un embargo de carnes argentinas sosteniendo que estaban afectadas por la aftosa.


No constituyó un hecho fortuito que el editorial del lero de enero de 1927 de los Anales de la Sociedad Rural Argentina se titulara "Comprar a quienes nos compra" y demandara volver a una política preferencial con los países que adquirían los productos argentinos como Gran Bretaña. Esta actitud daría como resultado la firma del pacto Roca-Runciman, en 1933, que favorecía los intereses británicos y perjudicaba, a través de la utilización de los mecanismos de control de cambios y de los aranceles, el comercio con EE.UU.


Además, las relaciones con Washington se volvieron más tirantes con la asunción de Roosevelt al gobierno. Si éste en lo interno comenzó a emplear políticas de corte intervencionista (que luego serían asociadas al key- nesianismo), en el sector externo preconizaba una política de apertura para combatir los proteccionismos, que según los demócratas habían sido uno de los principales causantes de la crisis de 1929. El secretario de Estado Cordell Hull era un ferviente partidario de esta política y favorecía los convenios bilaterales abiertos, oponiéndose en consecuencia al pacto Roca-Runciman, que consideraba discriminatorio.

Estas diferencias, unidas a visiones políticas también distintas en cuanto al proceso de unidad entre los países del continente, contribuyeron a tensionar las relaciones argentino-norteamericanas. Así, por ejemplo, en las confe- rencias panamericanas de Buenos Aires, en 1936, Lima, en 1938 y La Habana, en 1940, la Argentina tuvo posiciones disímiles a los EE.UU. en numerosos temas de la agenda panamericana. Por otra parte, se volvía a privilegiar los vínculos con Europa a través de una asociación agonizante, la Liga de las Naciones, donde el canciller Saavedra Lamas llegó a ser presidente de su Asamblea General.


En términos más amplios, la crisis mundial afectó los mercados internacionales y produjo una situación de aislamiento en numerosos países, entre los que se contaba la Argentina. Los gobiernos conservadores aplicaron medidas proteccionistas, que tendieron a aislar al país del mundo, para protegerlo e impulsaron así un proceso de industrialización por sustitución de importaciones que tendría efectos importantes sobre el futuro económico y político del país.

MARIO RAPOPORT
Universidad de Buenos Aires
http://www.tau.ac.il/eial/VI_1/rapoport.htm

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