viernes, 30 de enero de 2015

Ferrocarril Central del Chubut - Pequeña Historia de un Largo Tren

El último discurso parlamentario de Carlos Pellegrini (1906) - Parte 3


Es por razones mucho más fundamentales que las que se han expuesto, que voy a dar este voto limitado. Yo creo, señor Presidente, que se trata de algo fundamental, de algo que afecta nuestra misma organización política, nuestro porvenir como nación. No es admisible, en ningún caso, bajo ningún concepto, sin trastornar todas las nociones de organización política, equiparar el delito civil al delito militar, equiparar el ciudadano al soldado. Son dos entes absolutamente diversos. 
El militar tiene otros deberes y otros derechos; obedece a otras leyes, tiene otros jueces; viste de otra manera, hasta habla y camina de otra forma. Él está armado, tiene el privilegio de estar armado, en medio de los ciudadanos desarmados. 
A él le confiamos nuestra bandera, a él le damos las llaves de nuestra fortaleza, de nuestros arsenales; a él le entregamos nuestros conscriptos y le damos autoridad para que disponga de su libertad, de su voluntad, hasta de su vida. Con una señal de su espada se mueven nuestros batallones, se abren nuestras fortalezas, baja o sube la bandera nacional, y toda esta autoridad, y todo este privilegio, se lo damos bajo una sola y única garantía, bajo la garantía de su honor y de su palabra. Nosotros juramos ante Dios y la Patria, con la mano puesta sobre los Evangelios; el militar jura sobre el puño de su espada, sobre esa hoja que debe ser fiel, leal, brillante como un reflejo de su alma, sin mancha y sin tacha. Por eso, señor, la palabra de un soldado tiene algo de sagrado, y faltar a ella es algo más que un perjurio.

Y bien, señor Presidente, es este el cartabón en que tienen que medirse nuestros jóvenes militares, para saber si tienen la talla moral necesaria para ceñir la espada, que es el legado más glorioso de aquellos héroes que nos dieron patria; para vestir ese uniforme lleno de dorados y galones, que sería un ridículo oropel si no fuera el símbolo de una tradición de glorias, de abnegación y de sacrificios que obligan como un sacerdocio al que lo lleva.

No, señor Presidente, no podemos equiparar el delito militar al delito civil. Sarmiento decía, una vez, repitiendo las palabras que San Martín pronunciara con relación a uno de los brillantes coroneles de la Independencia: “El ejército es un león que hay que tenerlo enjaulado para soltarlo el día de la batalla”.
Y esa jaula, señor Presidente, es la disciplina, y sus barrotes son las ordenanzas y los tribunales militares, y sus fieles guardianes son el honor y el deber.
¡Ay de una nación que debilite esa jaula, que desarticule esos barrotes, que haga retirar esos guardianes, pues ese día se habrá convertido esta institución, que es la garantía de las libertades del país y de la tranquilidad pública, en un verdadero peligro y en una amenaza nacional! No, señor Presidente. Establezcamos la diferencia, salvemos la disciplina, siquiera sea en la forma benévola en que lo hace el Poder Ejecutivo; pero, de cualquier manera, establezcamos esta equivalencia que importa destruir lo más grande, lo más eficaz, lo más fundamental que tiene el ejército, más que el saber y más que los cañones de tiro rápido: las ordenanzas y la disciplina; y que nuestros regimientos repitan siempre lo que los viejos regimientos decían al terminar la lista de la tarde, cuando se unían en una sola voz la de los jefes y los soldados: ¡Subordinación y valor, para defender la patria!
CARLOS PELLEGRINI

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jueves, 29 de enero de 2015

El último discurso parlamentario de Carlos Pellegrini (1906) - Parte 2


Y bien, señor Presidente: han pasado trece años; hemos seguido buscando en la paz, en el convencimiento, en la predica. de las buenas doctrinas, llegar a la verdad institucional; y si hoy día se me presentara en este recinto la sombra de Del Valle, y me preguntara: -¿Y como nos hallamos?- ;¡tendría que confesar que han fracasado lamentablemente mis teoría evolutivas y que nos encontramos hoy peor que nunca! Y bien, señor Presidente: si ésta es la situación de la República, cómo podemos esperar que por esta simple ley de olvido vamos a modificar la situación, vamos a evitar que se reproduzcan aquellos hechos? Si dejamos la semilla en suelo fértil, ¿acaso no es seguro que mañana, con los primeros calores, ha de brotar una nueva planta, y hemos de ver repetidos todos los hechos que nos avergüenzan ante las grandes naciones civilizadas? ¿No nos dice esta ley de amnistía, no nos dice esta exigencia pública, que viene de todos los extremos de la república, esta exigencia de perdón que brotó al día siguiente del motín, que hay en el fondo de la conciencia nacional algo que dice: esos hombres no son criminales; esos hombres podrán haber equivocado el rumbo, pero obedecían a un móvil patriótico? Ha habido militares que han sido condenados, que han ido a presidio, que han vestido la ropa del presidiario, y cuando han vuelto nadie les ha negado la mano, ¿por que?, porque todos sabemos la verdad que hay en el dicho del poeta: “es el crimen, no el cadalso, el que infama”.
Bien, señor Presidente; sólo habrá ley de olvido; sólo habrá ley de paz, sólo habremos restablecido la unión en la familia argentina, el día en que todos los argentinos tengamos iguales derechos, el día que no se les coloque en la dolorosa alternativa, o de renunciar a su calidad de ciudadanos, o de apelar a las armas para reivindicar sus derechos despojados.

Y no quiero verter esta opinión sin volver a repetir, para que todos y cada uno carguemos con la responsabilidad de lo que está por venir: no sólo no hay olvido, no sólo todas las causas están en pie, sino que la revolución está germinando ya. En los momentos de gran prosperidad nacional, los intereses conservadores adquieren un dominio y un poder inmenso, y entonces son imposibles todas estas reivindicaciones populares; pero ¡ay del día, que fatalmente tiene que llegar, en que esta prosperidad cese, en que este bienestar general desaparezca, en que se haga más sombría la situación nacional. ¡Entonces vamos a ver germinar toda esta semilla que estamos depositando ahora, y quiera el Cielo, señor Presidente, que no festejemos el centenario de nuestra Revolución con uno de los más grandes escándalos que pueda dar la República Argentina!

Voy a votar, pues, esta amnistía respondiendo al anhelo público; pero al hacerlo, he querido pronunciar estas palabras para llamar a los gobernantes al sentimiento de su deber, para decirles que no es con frases, sean sinceras o sean mentidas, que vamos a curar los males que hoy afectan a la República, sino con voluntad, con energía, con actos prácticos, con algo que levante el espíritu, con algo que haga clarear el horizonte y que permita a los ciudadanos esperar en la efectividad de su derecho renunciando a estas medidas violentas. Tal vez, señor Presidente, sea este nuevo pedido un eco más que se pierda. Por mi parte aprovecharé siempre todo momento para continuar en esta prédica. No abandono los principios que siempre he profesado. Condeno y condenaré siempre los actos de violencia; pero será doloroso que llegue un día en que tenga que convencerme que todas estas invocaciones sinceras al patriotismo y al deber han sido estériles, y que haya que abandonar a los hechos la suerte que el porvenir les depare.
Pero, señor Presidente, si voy a acompañar a la Comisión en este voto, no puedo en manera alguna acompañarla en la amplitud que ha dado a esta ley, y votaré por el proyecto tal como lo presentó el Poder Ejecutivo.


El último discurso parlamentario de Carlos Pellegrini (1906) - Parte 1

  
ULTIMO DISCURSO PARLAMENTARIO - INTERVENCIÓN EN EL DEBATE SOBRE LEY DE AMNISTIA, EN LA CAMARA DE DIPUTADOS - Carlos Pellegrini - 11 de Junio de 1906


Voy a votar, señor Presidente, en favor de este proyecto, pero como no lo voy a hacer, precisamente, por las razones que acabamos de escuchar, me permitirá la Cámara que funde brevemente mi voto. Se pretende que ésta es una ley de olvido, que va a restablecer la calma de la situación política y a fundar la paz en nuestra vida pública.

No es cierto.

Ni los acusados ni los acusadores, ni ellos ni nosotros, hemos olvidado nada. Puede decirse de todos lo que se decía de los emigrados franceses después de larga emigración: ¡nada han aprendido y nada han olvidado!

Lo único que se ha olvidado y se olvida son las lecciones de nuestra historia, de nuestra triste experiencia. Se olvida que esta es la quinta ley de amnistía que se dicta en pocos años y que los hechos se suceden con una regularidad dolorosa: la rebelión, la represión, el perdón. Y está en la conciencia de todos, señor Presidente, que esta amnistía, que se supone ser la última, no será la última; será muy pronto, tal vez, la penúltima.

¿Y por que, señor Presidente?

Porque las causas que producen estos hechos subsisten, y no só1o subsisten en toda su integridad, sino quo se agravan cada día.

El año 93 se encontraba la República en una situación difícil; estaba convulsionada. Un gran partido buscaba la reacción institucional y la verdad de los principios constitucionales, por medio de la revolución; otro partido, en el que también tenía yo el honor de figurar, buscaba los mismos fines, pero por medio de la evolución pacífica. 
Llegó un momento, señor Presidente, tan difícil, que el partido a que pertenecía, a lo menos sus principales hombres, desesperaron de la tarea; y en esa circunstancia, solicitado por el señor presidente de la República, doctor Sáenz Peña, manifesté francamente mi opinión, y le dije: que creía que, para alcanzar el fin que todos nos proponíamos, debería el presidente de la República llamar a otros hombres, porque nosotros estábamos vencidos en la jornada, y le indiqué entonces, que entregara la dirección política del país a una de nuestras más grandes inteligencias, a uno de nuestros más grandes estadistas, a un hombre cuya honestidad política, cuyo sincero patriotismo eran indiscutibles, un adversario decidido mío, al doctor Del Valle. 
Y la razón que tuve para darle este consejo, era que esperaba que él, con la autoridad que le daban sus vinculaciones políticas y su influencia personal, pudiera dominar esa tendencia revolucionaria, y con el apoyo de todos, buscar el ideal que todos perseguíamos y llegar a la verdadera reacción institucional, al verdadero respeto de los principios constitucionales. El presidente Sáenz Pena aceptó mi consejo, y mi amigo personal y adversario político, el doctor Del Valle, fue llamado al ministerio de la Guerra.

Tuvimos una larga discusión en que, desgraciadamente, resaltó la completa divergencia de nuestras ideas. Yo era partidario, como lo he sido siempre, de la evolución pacifica, que requiere como primera condición la paz; él no lo creía: era un radical revolucionario. Creía que debíamos terminar la tarea de la organización nacional por los mismos medios que habíamos empleado al comenzarla. Me alejé de esta capital a las provincias del norte, y le dejé en la tarea. Desgraciadamente, se produjo lo que había previsto. La dificultad que tiene la teoría revolucionaria es que es muy fácil iniciarla y muy difícil fijarle un límite. Recordé, entonces, como ejemplo, que, queriendo el emperador Nerón sanear uno de los barrios antihigiénicos de Roma, resolvió quemarlo, y dió fuego a la ciudad; pero, como no estaba en su mano detener las llamas, ellas avanzaron, y no sólo quemaron los tugurios, sino que llegaron también a los palacios y a los templos. Efectivamente, señor Presidente; a pesar de todo el sincero patriotismo, de toda la inteligencia del primer ministro en aquella época, llegó un momento en que la anarquía amenazaba conflagrar a toda la república. No necesito continuar: vinieron los cambios y los sucesos que todos conocemos.


miércoles, 28 de enero de 2015

Trocha Angosta (documental)



Documental realizado en 1994/1995, que reseña la importancia histórica y estratégica del Ferrocarril General Belgrano y las consecuencias nefastas que ocasionó el menemismo al clausurar la operación estatal de éste y los demás ferrocarriles en la Argentina. El relato se focaliza en las poblaciones de Laguna Paiva y San Cristóbal, en la provincia de Santa Fe. Es un trabajo de tesis de Mariano César Antenore para la Escuela Provincial de Cine y Televisión de Rosario. Color, 24 minutos.

martes, 27 de enero de 2015

CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 11




Era un pensamiento muy común en Roca creer que siempre Pellegrini se fastidiaba y al poco tiempo olvidaba. Pero en cuestiones trascendentales como ésta no perdonó y hasta calificó de cobarde al presidente. Su amistad con Roca había terminado, así como terminó con la de Alem. Roca perdía a un gran aliado, con gran capacidad ejecutiva, hombre de gobierno y fundamentalmente de una lealtad incorruptible.

Después del discurso en el Senado en que Pellegrini le reclamara al presidente la actitud tan inconsecuente que había tenido, Roca les dijo a los amigos comunes: “No se preocupen: el “Gringo” volverá...”.

Pero el “Gringo” no volvió, ni olvidaba una afrenta con facilidad; como no olvidó cuando se lo responsabilizó de la designación de Aristóbulo Del Valle en los sucesos del 93.
Roca tomó conciencia de la resolución de Pellegrini y admitió: que “allí empezó mi tragedia. Nadie sino Pellegrini hubiera podido reemplazarme”.

Hay una anécdota que prueba que Pellegrini tenía un gran sentido de la amistad, pero cuando era afectada por algún dicho de algún amigo, podía callar en homenaje a ese sentimiento, pero nunca lo olvidaría porque, justamente, provenía de un amigo: ... Ricardo Rojas siendo muy joven, visita al Dr. Carlos Pellegrini en su domicilio de la calle Maipú, llevándole unos escritos que debían salir al día siguiente en “El País”. Pellegrini muy atento lo hace pasar y luego de escribir lo que debía decirse en el diario sobre temas muy importantes, de pronto larga la lapicera y le pregunta:
–¿Usted es el del poema?

Yo era “el del poema”, en efecto; pero no entendí la pregunta porque el poema en cuestión era mi primer libro, recién entregado al impresor, y conocido sino por muy pocas personas. Le averigüé de dónde sacaba tan peregrinas noticias sobre autor tan inédito y Pellegrini me respondió:

–Lo he sabido por Joaquín González. Anoche nos han sentado juntos en el banquete de Concha Subercasseaux y, para no hablar de política hemos hablado de literatura. Él me ha dado noticias de su poema con mucho elogio. Tráigamelo, porque me ha despertado curiosidad.

Lleno de turbación bien explicable, le respondí que la obra estaba en prensa; que él no tendría tiempo de atender aquella cosa tan nimia; y que lo demás eran bondades de González.
–Tráigamelo mañana a las diez, aunque sea en los originales o en las pruebas: vamos a leerlo juntos.

Salí de aquella casa transfigurado; pasó la noche, llegó el siguiente día, corrí a la imprenta, recogí el manuscrito, lo empaqueté prolijamente, y volví a la casa de la calle Maipú, donde Pellegrini esperaba. Me instaló a su lado en el sofá de la noche anterior; puso el paquete sobre sus rodillas y empezó a trabajar con la cuerda del envoltorio, que se había apretado en nudo ciego. Yo, nervioso, de impaciencia, quise tomar el paquete; él me apartó las manos:

–Tenga paciencia, joven señor poeta. 
Le propuse que rompiera la cuerda.
 –No, señor –me contestó–, los nudos hay que desanudarlos.
Entonces, estimulado por aquella afectuosa familiaridad, me atreví a responderle:
–Como la gente dice que usted no sabe desatar nudos, sino cortarlos...
–Sonrióse paternalmente; aguzó las uñas, empecinóse de nuevo, separó al fin las cuerdas, diciéndome con aire de triunfo:
–Ya podrá usted alguna vez decir que Pellegrini sabe cortar nudos; pero también, cuando se propone, sabe desanudarlos.
Con clara alusión a los dichos de Roca referidos a él, cuando propuso a Del Valle como ministro. Pellegrini no olvidaba.
En 1906 fue elegido diputado nacional, cuyo mandato ejercería por poco tiempo más, le fue sumamente propicio porque, según Ernesto Palacio, mientras se debatía la ley de amnistía, pronunció uno de sus discursos más famosos y que significó el testamento político del tribuno. “¿Cuál es la autoridad que podríamos invocar para dictar estas leyes del perdón? ¿Quién perdona a quién? ¿Es el victimario a la víctima o la víctima al victimario?

¿Es el que usurpa los derechos del pueblo o es el pueblo que se levanta en su defensa? ¿Quién nos perdonará a nosotros? Mañana vendrá también aquí el señor presidente de la República y desde esta alta tribuna proclamará a la faz del país su programa de paz y de reacción institucional, el mismo que nosotros defendemos. Y si alguien se levanta en ese momento y pregunta: ¿Y de qué manera se ha de realizar ese programa?

¿Es acaso cobijando todas las oligarquías y aprobando todos los fraudes y todas las violencias, es acaso arrebatando al pueblo sus derechos y cerrando las puertas a toda reclamación?”
En el año de los grandes funerales, juntamente con el de
Mitre y el de Quintana también se llevó a cabo el de Carlos Pellegrini, el 17 de julio de 1906.


Del libro “Los Vicepresidentes”

Por Rodolfo Sala


CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 10




El 12 de agosto don Luis, sorpresivamente, reasumió el poder con energía, designando los interventores y aceptando la renuncia de Del Valle y de su equipo. Pero si bien es cierto que la provincia de Buenos Aires estaba controlada, en el resto del país había focos revolucionarios, algunos importantes como los de Rosario. Al día siguiente asumió como ministro del Interior el doctor Manuel Quintana y luego de estallar movimientos en distintas provincias, Julio Roca fue designado general en jefe de las fuerzas en campaña.
Con la detención de Leandro Alem en Rosario, y la acción de Bosch acompañado por Pellegrini que se dirigieron a Tucumán y avanzaron sobre Rosario junto con las fuerzas comandadas por Vintter, Arredondo y Bernal, el movimiento revolucionario terminó.
Pellegrini y Alem habían hecho la Carrera de Derecho juntos y los unía una cierta amistad que se enfrió luego de los movimientos cívico-militar de los radicales. En setiembre de 1894 Alem publicó una declaración que le llegaba muy de cerca a Carlos Pellegrini. Este decidió contestarle ácidamente y Alem quedó sin respuesta. A partir de ese momento, la amistad se terminó definitivamente.

En 1895, luego de la renuncia de Sáenz Peña, y de la asunción de José Evaristo Uriburu, se restableció el predominio de Roca y Pellegrini en el PAN. Cuando Pellegrini dejó de ser presidente de la Nación, dando un ejemplo de su temple empresario y que acredita su austeridad republicana, se asoció a la casa de remate de los señores Funes y Lagos, al mismo tiempo que asumía como presidente del Banco Hipotecario Nacional. En ese mismo año es elegido nuevamente senador nacional por la provincia de Buenos Aires.

Cuando comenzó a barajarse los nombres que sucederían a José Evaristo Uriburu una convención eligió casi por unanimidad a Roca, acompañado por Norberto Quirno Costa. Pellegrini que había presidido la convención pretendió que fuera Vicente Casares el segundo término, quien había sido el primer presidente del Banco Nación, pero Roca se había inclinado por Quirno Costa, siguiendo la misma especulación que cuando eligió a Madero. Pellegrini se sintió disgustado, pero fue un enojo pasajero, y accedió a pronunciar una conferencia en el teatro Odeón promoviendo la candidatura del general Roca. Félix Luna dice que Pellegrini, en su alocución, hizo la historia del Partido Nacional, como un instrumento de unidad de la Nación al haberse formado con el autonomismo porteño de Alsina y las fuerzas vigentes del interior; además dijo que Roca fue quien conquistó el desierto.

La multifacética personalidad de Carlos Pellegrini lo llevaría a fundar en 1899 el diario “El País”, inclinación que ya se había hecho presente siendo joven como redactor de “La Prensa” y fundar en 1884 el diario “Sud América”, como ya hemos visto.
Roca había insistido antes en que la deuda pública debía ser unificada ya que había más de treinta empréstitos con tasas de intereses diferentes. En el nuevo proyecto trabajaron Berduc, ex ministro, y el banquero Tornquist –según dice Félix Luna–, pidiéndole a Pellegrini que conversara con la banca londinense respecto a la factibilidad del proyecto. El plan consistía en unificar toda la deuda en un solo bono con una tasa del 4% de interés más 0.50 % de amortización, lo cual implicaba un gran ahorro teniendo en cuenta que había bonos que pagaban hasta un 7 %. Pero lo que más afectaba al decoro nacional era una cláusula por la cual el Estado argentino se comprometía a depositar en el Banco de la Nación el 8 % de las entradas de la aduana a la orden de los acreedores. Esto se interpretaba, con razón, dar participación a la banca extranjera a que interviniera en los asuntos internos de las cuentas públicas.

Pellegrini se había jugado por el proyecto en su gestión personal ante la banca extranjera, desde el diario “El País” y desde su puesto de senador.

La efervescencia popular iba in crescendo en repudio a la consolidación y los actos insurreccionales se multiplicaban atacando los talleres del diario “El País”, también fueron contra la casa de Pellegrini. La represión no se hizo esperar por parte del presidente, y acertado o equivocado en el proyecto, el gobierno debía mantener el orden.

Mitre había dicho: “Cuando todo el mundo se equivoca, todo el mundo tiene razón”. El presidente Roca se vio muy influenciado por esta posición de don Bartolo, pero lo que no consideró, que la decisión que tomaría debería haberla consensuado con Pellegrini, sobre todo teniendo en cuenta la consecuencia que había demostrado éste en defensa de la consolidación, e hizo saber al Senado, el 8 de julio, que el Poder Ejecutivo desistía del proyecto de consolidación de la deuda.

lunes, 26 de enero de 2015

CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 9





Ahora Pellegrini y Roca se enfrentaban ante el problema que significaba la posible inoperancia del presidente Luis Sáenz Peña, que siendo magistrado de la Corte Suprema de Justicia, hombre recto y de claros conceptos de la justicia, no tenía ninguna experiencia en el ejercicio de gobierno alguno, y menos asumir los problemas políticos que se avecindarían, pero los dos eran conscientes que tendrían que ayudar al presidente electo si las circunstancias se presentaran.
El 12 de octubre de 1892, al entregar el mando presidencial, Pellegrini se fue caminando sin escolta y con toda dignidad desde la Casa Rosada hasta su domicilio en Florida y Viamonte, entre los vivas a Alem, pero con gran valentía, actitud que valoraron sus opositores. Paul Groussac, que también acompañó al presidente dijo: “Sólo sentimos ladridos de la jauría en algún punto de este mismo trayecto que dos años antes, cuando no había hecho nada aún, el jefe de estado recorría como triunfador”.
Una vez más se presentaba el hecho que en lo económico la situación iba mejorando notablemente, pero en lo político el gobierno de don Luis no daba pie con bola.
Efectivamente la gestión del ministro de Hacienda, Juan  José Romero y el ministro argentino en Londres, Luis Domínguez, consiguieron mejorar sustancialmente el acuerdo suscripto por Victorino de la Plaza, rebajando considerablemente el pago anual a los acreedores de la Nación, y las deudas de las provincias eran absorbidas por el Estado Nacional, las cuales no se amortizarían hasta 1901 y no se pagarían comisiones.
Además, las crecientes exportaciones de cueros lanas y oleaginosas introdujo en el mercado grandes cantidades de oro que los productores y comerciantes gastaban en el mercado local, lo cual trajo como consecuencia el auge de la economía y el crédito volvía lentamente a recuperarse. Pero, como decíamos, la política era una bolsa de gatos.
Luego de varios cambios de ministros, Miguel Cané, a quien le habían encomendado rehacer el gabinete no lograba conseguirlo proponiéndole al doctor Luis Sáenz Peña que reuniera a Pellegrini, a Mitre y a Roca. La reunión se hizo y el presidente no estaba acostumbrado a semejante ajetreo y, deprimido y cansado, propuso renunciar. La reunión no se lograba encarrilar con algún plan viable. Todos ponían reparos a las propuestas de otros, hasta que al final Pellegrini, molesto dijo: “Si ustedes no pueden gobernar al menos dejen gobernar al Dr. Sáenz Peña”. Y luego de un largo silencio propuso que se llamara al doctor Aristóbulo Del Valle para que lograra la colaboración de Alem.
El 4 de julio de 1893 Del Valle se hizo cargo del Ministerio del Interior y consiguió la colaboración de algunos amigos para integrar el gabinete. Alem le negó toda colaboración al gobierno y el 30 de julio se produjo un levantamiento cívico en San Luis, Santa Fe y Buenos Aires. Yrigoyen partió para la ciudad de Las Flores en donde sublevó a toda la zona central de la provincia, a partir de la toma de las comisarías, para llegar el 4 de agosto a La Plata. Aquí se instaló un gobierno revolucionario al que asumió el doctor Juan Carlos Belgrano. Del Valle reconoció a Belgrano y a Candioti, como gobernadores provisorios de Buenos Aires y Santa Fe, respectivamente. Peor solución para el gobierno nacional no podría haberse logrado. Era el reconocimiento de la violencia y del triunfo radical.
Pellegrini, ausente por una dolencia física, llegó desde Rosario y fue detenido por los revolucionarios, pero es liberado inmediatamente por orden del jefe revolucionario y se dispuso a desatar el nudo, que Roca le achacaba con la designación de Del Valle.
Inmediatamente se movilizó, habló con los legisladores para lograr la intervención de las provincias sediciosas, previo convencimiento del presidente y de los mitristas para que se deshicieran de Del Valle, quien no había podido convencer a Yrigoyen de llegar a un diálogo, y por otra parte, había colaborado con los revolucionarios reconociéndolos gobernadores provisorios. Pellegrini había actuado con acierto y con sorpresa, demostrando que en todos los ámbitos en que se ocupara es prenda de éxito.

CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 8




El 18 de octubre de 1891 se llevó a cabo la reunión en la casa de Pellegrini, con la asistencia de Hipólito Yrigoyen y Oscar Liliedal, éste en representación de Bernardo de Irigoyen. Hipólito Yrigoyen manifestó que el radicalismo no secundaría al presidente, si éste no se ponía en su puesto. A lo que Pellegrini respondió airadamente: Cómo quiere el doctor Yrigoyen que me coloque en mi puesto si siento que una revolución me está quemando la cara. Yrigoyen replicó: Cumpla el presidente con su obligación, garantice el comicio y verá como ninguna revolución le quema la cara.

El acuerdo estaba roto por la intransigencia radical, sin siquiera escuchar la propuesta que la junta haría. Aristóbulo Del Valle intentó delegar en el presidente para que reuniera hombres eminentes para lograr una solución nacional. Yrigoyen se mantuvo intransigente. Era su estilo y lo sostuvo a lo largo de su extensa vida política transmitiéndolo como parte de una ideología de partido. Ya veremos en el estudio de otros vicepresidentes, como no todo el partido lo siguió, produciéndose rompimientos partidarios importantes. Los grises no contaban para Yrigoyen.

A todo esto el gobernador de Buenos Aires, Julio Costa, lanza la candidatura de Roque Sáenz Peña, quien se llevaba bien con Pellegrini pero no con Roca. Pero como el dúo Pellegrini Roca se había solidificado de tal modo, desde los tiempos en que el tucumano era presidente, que los candidatos que ambos promovieran debían de ser del agrado de los dos. Por otra parte Pellegrini era más amplio y generoso de criterio.
Cuenta Roca (Félix Luna: “Soy Roca”) que estando en Mar del Plata, en una casilla de madera al borde de la playa, cambiaban ideas de cómo eliminar a Roque Sáenz Peña sin enfrentarlo, hasta que Roca le dice a Pellegrini:

“–Ya lo tengo, mi doctor...
”–¿Quién?
”–Su señor padre, el doctor Luis Sáenz Peña
”–¡Superior! Don Luis es un pan de Dios y no arrastra a nadie, pero para su hijo...
”–Claro, es un buen hijo. Y ¿quién convencerá a don Luis que acepte la candidatura? Yo no debo hacerlo: desconfiaría. Usted, tampoco: es el presidente. Pero usted podría pedirle a Mitre que hable con don Luis y lo persuada de que la Nación está ansiosa de tenerlo como presidente”.

Así fue que Mitre convenció a don Luis, y Roque, su hijo, en una carta muy respetuosa, declinaba su candidatura cumpliéndose así la maniobra política urdida por Roca y Pellegrini.

La situación política seguía complicada en el interior, y en la capital se sospechaba de una nueva conspiración de la oposición. Precisamente en Mendoza, José Néstor Lencinas, había iniciado un movimiento de copamiento electoralista que hizo que Pellegrini enviara tropas a ocupar la provincia y decretar el estado de sitio que luego se trasladó a otras provincias. En la capital, el 2 de abril la policía detiene a casi todo el elenco radical so pretexto de una conspiración. Se mostraron bombas que estarían en poder de los revolucionarios y un plan para asesinar a Mitre, Pellegrini y Roca. Según dicen, pocos creían en la veracidad de estos hechos. El estilo electoral del elenco gobernante, lamentablemente, se mantenía. Y lo que es lamentable también, la intransigencia de los radicales en no contribuir a la pacificación del país y al compromiso de respeto a la Constitución, lo que no resultaba justificable el accionar del oficialismo. Porque si unos no la respetaban al no dar comicios libres, los otros se pasaban conspirando para romper el orden constitucional sin entrar en negociaciones que permitiera una salida electoral sin vicios, sobre todo tomando en cuenta que el gobierno de Carlos Pellegrini había sacado del caos económico a la Nación y que el unicato de Juárez Celman había sido desarmado.

En los comicios del 10 de abril de 1892 triunfó la fórmula acuerdista de Luis Sáenz Peña-José Evaristo Uriburu sobre Bernardo de Irigoyen-Luis Garro, quienes obtuvieron solamente cinco votos en el colegio electoral.

CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 7






También durante su gobierno se crearon la Escuela Superior de Comercio y el Museo Histórico Nacional y se iniciaron las obras de los jardines zoológico y botánico de Buenos Aires. Se rescataron grandes extensiones de tierra en poder de empresas ferroviarias que los concesionarios no habían efectuado los pagos pactados, marcando la presencia del Estado en defensa de derechos incumplidos. Tal vez por medidas como éstas a Pellegrini se lo calificó como proteccionista, pero lo cierto es que fue, al igual que Roca, un pragmático. El ex presidente decía: “cuando hace falta, el Estado debe meterse en la vida económica, y si no es indispensable no debe hacerlo. Así de sencillo”. Y así lo hacía Pellegrini.
Las medidas financieras que se habían implementado dieron, como consecuencia, superávit entre exportaciones e importaciones, pero la situación política no acababa de acomodarse.

Roca y Pellegrini habían tomado la conducción del PAN, eligiéndose al primero como presidente, éstos creían que Alem había perdido fuerza, pero no fue así y el tribuno se levantó con más ímpetu encendiendo a las multitudes con su oratoria florida pero muchas veces vacía de contenido.

Alem era un político sincero, honesto y capaz de llevar tras de sí legiones de adherentes deseosos de ver una Argentina que, en lo político, derrochara pureza democrática. Pero la realidad del país era otra: casi la mitad de la población era extranjera y gran parte de la que no lo era carecía de instrucción pública. Por eso Alem equivocó el camino al no aceptar la convocatoria del gobierno y no llegar a un acuerdo y haber aprovechado la circunstancia de que ya no estaba en el gobierno Juárez Celman y, en cambio, estaba Pellegrini con su gran capacidad para resolver el desbarajuste que había dejado el ex presidente cordobés. “En esto no transo, en esto soy radical”, habría dicho el caudillo cívico.

En enero de 1891 se realizó en Rosario una convención de la Unión Cívica, al estilo norteamericano, en donde se reunieron gran cantidad de dirigentes de todo el país. Se sancionó la Carta Orgánica del partido y se proclamó la fórmula Bartolomé Mitre-Bernardo de Irigoyen para el próximo período presidencial. Mitre se encontraba fuera del país y regresó en marzo de 1892, siendo recibido por una apoteótica multitud.

Roca sabía que Mitre era hombre de acuerdos, y aprovechando este perfil personal, le ofreció ser candidato del Partido Autonomista Nacional, sin necesidad de declinar su candidatura por la Unión Cívica, con el fin de evitar un enfrentamiento electoral que, al decir de Roca, si se produjera contribuiría a dividir aún más a los argentinos. Mitre aceptó inmediatamente y Roca, aprovechando la complacencia de don Bartolo, se animó a decirle que sería conveniente reemplazar a don Bernardo, teniendo en cuenta que éste era porteño y que la fórmula, para que fuera prenda de unión nacional, debería estar integrada por un provinciano: José Evaristo Uriburu, por ejemplo, que era salteño, un gran diplomático y muy apreciado en el interior.

Los Cívicos, en particular Alem, que era un candoroso político, recibió la noticia con una gran desazón y acusó a Mitre de acuerdista tan luego con Roca que era un ejemplo indeseable del régimen.

Pero Leandro Alem no cejaba en su intento de forjar una nueva política que fuera limpia, exenta de acuerdos y que el ejercicio del voto libre se constituyera en una realidad y el estandarte de la pureza cívica. Pellegrini, pese a los inconvenientes que le causaba una oposición tan férrea, apreciaba a Leandro. Alem se lanzó por el interior con una campaña promoviendo la nueva Unión Cívica Radical y al binomio Bernardo de Irigoyen-Juan M. Garro para la próxima campaña presidencial.
La intensa campaña desarrollada por el radicalismo obligó a la renuncia del presidente del PAN, Julio A. Roca, y a la declinación de la candidatura de Mitre. Ante el desconcierto que generaba la campaña radical, el presidente Pellegrini reunió en su casa a lo más granado del acuerdismo, representantes de partidos políticos: concurrieron Manuel Quintana, Bonifacio Lastra, Bartolomé Mitre, Julio Roca, José María Gutiérrez y, exentos de representación, el dueño de casa y Aristóbulo Del Valle. Mitre propuso la formación de una junta para lograr un nuevo acuerdo. Luego de pasado unos días Pellegrini propuso a la junta que se invitara a Bernardo de Irigoyen y a Hipólito Yrigoyen en forma personal. Pellegrini quería integrar al radicalismo al acuerdo.



domingo, 25 de enero de 2015

CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 6



No obstante la dilación de los hechos que demoraban la salida de los revolucionarios, hubo enfrentamientos sangrientos en los que se contaban más de mil bajas entre los caídos de ambos lados. Alem presionó para que se avanzara sobre los lugares estratégicos de la ciudad y Campos se vio en figurillas para argumentar la inacción, hasta que al final le dice a la junta revolucionaria que no hay suficientes municiones. Esto fue un golpe mortal para la revolución.
A todo esto, Pellegrini que había sido designado jefe de la represión trató con evasivas detener la respuesta bélica con el fin de ahorrar vidas humanas. El jefe de policía, coronel Capdevila, leal al gobierno, decidió irse a su casa a ponerse el uniforme de gala.
Dice Félix Luna que Roca, también, trataba de frenar a Levalle y a Capdevila, su intención de atacar el cuartel central de los sediciosos. Mandó efectuar un cerco en la plaza Lavalle a lo largo de la quinta de los Miró Dorrego y la plaza Libertad. En realidad, lo que Roca quería era regular las acciones para que los revolucionarios se desmoronaran anímicamente. El día fue pasando entre escaramuzas hasta que llegó la noche del 26 al 27 con una gran confusión entre los revolucionarios, cuya consecuencia fue que el lunes 28 éstos solicitaron un armisticio encargando de tal gestión al doctor Aristóbulo Del Valle.
En el acuerdo se estableció que no habría juicios para los sediciosos, los militares volverían a sus cuarteles y los civiles a sus casas. Las armas quedarían en el Parque.
Queda grabado como fiel reflejo de la ausencia de los principios sustentados en la Constitución, el discurso del senador cordobés Manuel Pizarro cuando dice: “... La revolución, señor presidente, está vencida, pero el gobierno está muerto...”, y a continuación pide la renuncia en masa del presidente, vicepresidente, de los ministros y del presidente del Senado. Algunos autores califican de una valiente alocución. Nosotros, por el contrario, creemos que no fue un discurso republicano. O sea que la pretensión del senador era decretar la caducidad del gobierno constitucional sin tomar en cuenta el ejercicio de las instancias constitucionales para resolver la crisis.
Felizmente Juárez Celman se encuentra vencido por la política del vacío de su propio partido, y el 6 de agosto de 1890 firmó la renuncia y, al día siguiente, el vicepresidente, Carlos Enrique José Pellegrini asume la presidencia de la Nación, o sea que el campanillero del Senado era ya presidente que luego se lo denominaría piloto de tormentas.


Pellegrini se había preparado para ser presidente de la República, pero nunca pensó que las circunstancias en que le tocaría en suerte actuar sería un período plagado de complicaciones económicas y políticas. Para colmo, el tan proclamado patriotismo de la oposición, salvo contadas excepciones, como la de Aristóbulo Del Valle, como se verá, no se haría presente a la convocatoria del nuevo presidente, y más aún, trató de complicarle la gestión.
Los principales actos de gobierno del nuevo presidente fueron: levantar la censura que pesaba sobre la prensa, aceptó la dimisión de los principales funcionarios de la administración y levantó el estado de sitio. Formó su gabinete con Julio A. Roca como Ministro del Interior, Eduardo Costa como Ministro de Relaciones Exteriores y Vicente Fidel López en Hacienda; José María Gutiérrez en Justicia, Culto e Instrucción Pública y con el general Nicolás Levalle en el Ministerio de Guerra y Marina.
La situación económica era preocupante con la continua suba del oro, los bancos habían paralizado sus operaciones, produciéndose una recesión galopante que ponía a las entidades financieras en recesión de pagos al borde del colapso.
Se lanzó un empréstito nacional que fue suscrito por la banca bonaerense y por los hombres de comercio. López envió a las cámaras varias leyes impositivas con el propósito de mejorar la recaudación fiscal y Victorino de la Plaza, fue convocado para negociar la deuda.
Estas tres medidas económicas fueron acogidas con resultados positivos: el empréstito se colocó bien, las leyes impositivas se aprobaron y Victorino de la Plaza, después de soportar la negativa de la banca londinense, que incluso se decía que presionaba sobre el Foreing Office para cobrar compulsivamente la deuda y que los diplomáticos ingleses vetaron inmediatamente, logró que la banca Rothschild aceptara una moratoria antes que el cese del pago por parte del gobierno argentino. Y una cuarta medida completó el plan de emergencia para sobrellevar la crisis. Pellegrini sacó el proyecto que presentara con Aristóbulo Del Valle en 1881, cuando era senador nacional por la provincia de Buenos Aires, de creación del Banco de la República. 

sábado, 24 de enero de 2015

CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 5




Era tal la soberbia que hacía gala el gobierno nacional que le imposibilitaba apreciar el descontento popular, y no percibir la revolución cívico-militar que se estaba pergeñando.

Los opositores que estaban tramando la revolución, necesitaban de dos o tres actos cívicos para que palparan el sentimiento popular de oposición al gobierno nacional, para largarse a la patriada.

El 24 de julio de 1889 un grupo de jóvenes que se querían diferenciar de la juventud incondicional del presidente, formaron un club político en cuya acta constitutiva y declaración de principios establecían: “cooperar al restablecimiento de las prácticas constitucionales en el país y combatir el orden de cosas existentes”. Entre los presentes se encontraban: Luis María Drago, Enrique Rodríguez Larreta (h), Marcelo T. De Alvear, Angel Gallardo, Augusto Marcó del Pont, Octavio Pico, Luis Mitre y Rómulo Naón.
El unicato respondía con un banquete de incondicionales para adherir al presidente, y el 1º de setiembre de 1889, el primer gran toque de atención para el gobierno; se instalaba una oposición orgánica con el gran acto del jardín Florida, ubicado en Florida entre Córdoba y Paraguay, en el que se constituye la Unión Cívica de la Juventud y del que participaron Leandro Alem, Luis Sáenz Peña, Aristóbulo Del Valle, Pedro Goyena y Lucio Vicente López.

El 2 de febrero de 1890 se realizaron comicios de renovación parlamentaria al que no concurrieron mayor cantidad de votantes, y la prueba elocuente fue que estuvieron los atrios vacíos. Las renuncias ministeriales se sucedían y el gobierno tambaleaba sin rumbo. Parecía que los ministros no querían quedar pegados a tan ineficiente gobierno.

Y al fin llegó el gran acto realizado en el frontón Buenos Aires al que concurrieron más de diez mil personas, en cuyo transcurso se darían las autoridades de la Unión Cívica; hablaron Bartolomé Mitre, Francisco Barroetaveña, Leandro Alem, Aristóbulo Del Valle, José Manuel Estrada, Lucio V. López, Rufino Varela y Pedro Goyena. Se designó presidente al doctor Leandro N. Alem quien se manifestó pronunciando “unas pocas palabras”. Alem comienza su discurso diciendo: “Se me ha nombrado presidente de la Unión Cívica y podéis estar seguros que no he de omitir fatigas, ni esfuerzos, ni sacrificios ni responsabilidades de ningún género para responder a la patriótica misión que se me ha confiado”.

La conspiración civil comandada por Leandro Alem estaba en marcha y el cuartel de operaciones era el estudio de los doctores Del Valle y Demaría. Los civiles que intervinieron en el movimiento junto a éstos, entre otros, eran Hipólito Yrigoyen, Juan José Romero, Lucio V. López y Miguel Goyena, y los militares necesariamente complotados para tener posibilidades ciertas de éxito: el general Manuel J. Campos, el coronel Julio Figueroa, el general Viejobueno, los coroneles Julio Figueroa y Martín Yrigoyen, hermano de Hipólito, y el comandante Joaquín Montaña. Hugo Ezequiel Lezama, en su libro “Balcarce 50” narra: “Cuando el comité revolucionario decide elegir presidente de la República del nuevo gobierno que surgirá con la revolución, todos votan por Leandro Alem, menos Campos y Figueroa, que lo hacen por Mitre”. Sin embargo Caldas Villar dice que Aristóbulo  Del Valle elige a Vicente Fidel López, a lo que se opone Alem. Finalmente se resolvió que el presidente sería Leandro Alem y vicepresidente Mariano Demaría.

El 17 de julio se realiza una reunión en casa del capitán Sumbland a la cual asisten todos los jefes civiles y militares complotados, pero al día siguiente es detenido el general Campos acusado de sedición y, entonces, al quedarse sin el jefe militar cunde la desesperación en los civiles y obliga a demorar el estallido.
Se atribuye a Roca y Pellegrini un plan conducente a permitir que el movimiento estallara, pero debilitarlo de tal manera que socavara el poder de Juárez Celman y que la solución se diera con la asunción del vicepresidente al cargo de titular del Poder Ejecutivo. Para esas gestiones Roca se pintaba solo y puso en marcha una “zorrería” para que Alem no se encumbrara, y sí se mantuviera el modelo instalado en el 80, en la persona del vicepresidente Pellegrini.

Narra Félix Luna, en “Soy Roca”, el cometido que el ex presidente se había propuesto. El coronel Toscano, quien había sido compañero de armas de Roca, era el jefe del regimiento en donde estaba preso el general Campos. Roca le expuso al coronel sobre la situación institucional que se plantearía si la revolución triunfara, con un grupo tan heterogéneo en el poder. Además, le pidió autorización al jefe del regimiento para entrevistar al general sedicioso, a lo que Toscano no se opuso. Roca logró convencer a Campos de mantener el orden institucional con una salida de la crisis, con Mitre como prenda de unión nacional, pero como la revolución no se podía parar, por el nivel que habían tomado los acontecimientos, le instruyó sobre el plan que había preparado y que consistía en que Toscano le permitiría que el regimiento fuera tomado y él –el general Campos–, asumiría la conducción militar de la revolución. Así fue que llegado el sábado 26 de julio varios regimientos habían salido de sus cuarteles para levantarse en armas contra el gobierno constituido. Campos marchó al Parque que había sido tomado y demoró por todos los medios el ataque final. Esperó que de los distintos cantones fueran llegando y hace ejecutar por la banda que lo acompañaba el Himno Nacional.


viernes, 23 de enero de 2015

CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 4




Así Carlos Pellegrini subía un peldaño más en su carrera política y no merecía llegar como representante del nuevo régimen político impuesto por el fraude. Roca se había equivocado de medio a medio con la candidatura de Miguel Juárez Celman; por de pronto a él se lo había hecho a un lado y todos los aliados del presidente trataban de evitarlo.

Las situaciones provinciales, en el período de Roca, se habían manejado con astucia y con prudencia tratando de evitar situaciones conflictivas. En cambio su sucesor, se encargó de crear un conflicto en Tucumán –provincia que había votado en contra de Juárez Celman–, que terminó con el derrocamiento del gobernador Posse. Luego siguió con Córdoba en contra del gobernador Ambrosio Olmos, a quien le armó un juicio político en complicidad con la legislatura afín al presidente y a su hermano Marcos, al que quería instalar en la gobernación consiguiéndolo posteriormente. Tiburcio Benegas era gobernador de Mendoza, también amigo de Roca, en donde ocurrió un hecho en el que tuvo participación Pellegrini. Rufino Ortega, un incondicional de Juárez Celman, le armó una revolución al gobernador obligándolo a renunciar. Como Pellegrini estaba a cargo del Poder Ejecutivo por ausencia del presidente de vacaciones, enfrentó firmemente a algunos ministros nacionales y envió un comisionado con la orden de reponer al gobernador Benegas. Al poco tiempo, el gobernador repuesto tuvo que renunciar por las presiones que tuvo de la legislatura, que estaba dominada por el revolucionario Ortega.

Félix Luna en “Soy Roca” dice: “El sistema de Juárez Celman era un Unicato que enrarecía la atmósfera civil y hacía retroceder veinte años nuestras costumbres políticas. Y a medida que aumentaban las transgresiones, aparecía la verdadera naturaleza del marido de Elisa Funes (hermana de la esposa de Roca): soberbio, implacable con los que no le servían incondicionalmente, sordo a las sugestiones que no fueran las que quería escuchar, encerrado en un grupo de íntimos, no todos desestimables pero todos comprometidos en una actitud de repugnante adulación”. Esta descripción de la personalidad de Juárez Celman era el fiel espejo de lo que fue su gobierno. A todos engañó la buena gestión que había realizado en la provincia de Córdoba.

Al propio concuñado, general Roca, lo había dejado mal parado al jugarse por el actual presidente. El ex presidente no tardó en darse cuenta que Juárez Celman no era el personaje que conocía. Pellegrini que veía impávido, desde el Senado, como se sucedían los acontecimientos, entre errores en el plano económico y como consecuencia en el político, o a la inversa, presentía que los personajes muy comprometidos con la oposición tramarían alguna acción para la toma del poder y permanecía con la menor exposición pública posible. Juárez Celman creía que con la máquina montada por Roca en su gobierno, él sería el beneficiario de todos los actos positivos de una concepción de gobierno basada en el modernismo y en la terminación de proyectos que estaban en carpeta, que tuvieron una ejecución meteórica como la inmigración, la capitalización de Buenos Aires, la promoción educativa, ferrocarriles, la ocupación territorial y fijación de fronteras y el consecuente aumento de la producción agrícola con la llegada de capitales de inversión de riesgo, tal como lo había pronosticado Carlos Pellegrini, entre otros, después de su viaje a Europa.
Pero el adelanto que se había producido requería la continuidad con políticas de estado coherentes con el modelo iniciado en 1880. Sin embargo, el despilfarro de los dineros públicos y el afán de lujo que impuso al gobierno Juárez Celman, que se trasladó también a las provincias estaban cambiando la economía. En 1887 Pellegrini le escribía a Roca donde le decía: “Un economista extranjero acostumbrado a estudiar aquellas plazas donde las oscilaciones son pequeñas y sujetas a cuatro reglas fijas, traído aquí se le quemarían los libros y nos declararía locos o tontos”.

Nuevamente en 1889 Pellegrini viajó a Europa para buscar apoyo financiero en Londres y París para hacer frente al caos económico que se avecindaba. A fines de ese mismo año retorna a Buenos Aires sin obtener resultados positivos en general. De todos modos, dice la Fundación Pellegrini5: “Entre otros hizo amistad con Edmond Rothschild y con el presidente Carnot. La Reina Regente de España le hizo Caballero de la Gran Cruz de la Real Orden de Isabel la Católica y el gobierno de Francia le hizo Oficial de la Legión de Honor”. Pero cuando las condecoraciones abundan, el interés financiero por el país escasea, sobre todo por el seguimiento que en Europa se hacía de la economía argentina, en quien los inversores europeos tenían la mirada fija.

CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 3



En 1872 fue elegido diputado de la Legislatura de Buenos Aires y en mayo de 1873 se incorporó a la Cámara de Diputados de la Nación. Cuando Mitre protagoniza el levantamiento en contra de Avellaneda se opuso y defendió el gobierno nacional.

En 1878 comienza a adquirir experiencia ejecutiva al ser nombrado ministro de Gobierno en la provincia de Buenos Aires. Previo al movimiento cívico-militar tejedorista, al alejarse Roca de la función de ministro de Guerra, es llamado por Avellaneda a ocupar la cartera vacante, en donde tuvo una actuación sobresaliente convenciendo a Avellaneda a trasladar la capital para salvar al gobierno del movimiento de Carlos Tejedor. Fue uno de los fundadores del Partido Autonomista Nacional en 1880 y apoyó la candidatura presidencial de Julio Argentino Roca.

En 1881 fue elegido senador nacional por la provincia de Buenos Aires y fiel a sus preferencias financieras y económicas en el plano ejecutivo y legislativo, presentó junto a Aristóbulo Del Valle, un proyecto de fundación del Banco de la República Argentina, el cual tendría a su cargo la emisión de moneda y sus billetes tendrían curso legal en todo el territorio de la República. La iniciativa no prosperó, pero quedó en la mente de Pellegrini la concreción futura de una entidad financiera de similares características.

En 1882 fundó el Jockey Club, siendo su primer presidente, y su multifacética actividad lo llevó a fundar el periódico Sud América en 1884, desde cuyas páginas siguió apoyando la gestión de Roca y promovió la candidatura de Miguel Juárez Celman.

Luego del viaje que hiciera a Europa en representación del gobierno nacional, que relatáramos antes para definir el perfil del personaje, el presidente Roca le ofreció el ministerio de Guerra que había dejado vacante Benjamín Victorica, cargo al cual accedió.


Un año antes de la finalización del mandato de Roca, ya el ambiente electoral estaba cambiando el ritmo de la ciudad de Buenos Aires y también en algunas de las más grandes ciudades del interior.

Dardo Rocha, que había concluido el gobierno bonaerense, fue proclamado candidato a presidente; también Antonio del Viso, senador nacional y ministro de Roca; don Bernardo de Irigoyen fue postulado por el Club del Pueblo con vistas a ocupar la primera magistratura. Todos vinculados al gobierno que terminaba, pero Roca quería asegurarse con su cuñado, Miguel Juárez Celman, ex gobernador de Córdoba, la continuidad de su influencia de gobierno, y se manifestó por su candidatura. En el teatro Colón se llevó a cabo un banquete en el que se lo proclamó. Sin embargo, Roca decía que la candidatura no había sido obra de él, porque Juárez Celman contaba con el apoyo de la mayoría de los gobernadores y que su nombramiento fue producto de esas adhesiones. Lo cierto es que a medida que se acercaba la elección piloto de febrero de 1886, comenzaron las deserciones: la de Dardo Rocha porque no lo seguía nadie y don Bernardo porque era lo suficientemente experimentado como para no darse cuenta que no tendría el aval de Roca. De tal modo que los partidos adversarios al juarismo, reunidos en “Partidos Unidos”, hicieron un acto en el que Mariano Varela leyó un discurso de Sarmiento fustigando a Roca y a Juárez Celman y proclamando la candidatura de Manuel Ocampo.
Si bien las elecciones que se habían realizado –dice Caldas Villar–, “... no coincidía con las condiciones imprescindibles para exteriorizar la verdad electoral y había sido motivo de preocupación de varios hombres públicos, la violencia y la trapizonda burda no se había utilizado como sistema para ganar los comicios a lo largo de la breve historia política argentina vivida hasta el año 1886”.

Las elecciones presidenciales del 11 de abril de 1886 fueron un calco de las de febrero de ese mismo año en cuanto a violencia y fraude. Como resultado de los comicios los colegios electorales eligieron a la fórmula Juárez Celman-Pellegrini, como nuevos mandatarios para el período presidencial 1886-1892, sobre los candidatos de los partidos unidos, que a juzgar por el resultado de los colegios electorales, aparecían más desunidos que antes, puesto que se repartieron los votos de la minoría entre Manuel Ocampo, Bartolomé Mitre y Bernardo de Irigoyen.

CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 2




Carlos Pellegrini nació en Buenos Aires el 11 de octubre de 1846, hijo de Carlos Enrique Pellegrini, de Chambery del departamento de Saboya, en Francia, cercano a Les Charmettes, donde residió Rousseau, y de María Bevans Bright, inglesa.

De la página de internet “Fundación Pellegrini” extraemos este perfil de su juventud: “Como estudiante, Carlos Pellegrini solía aventajar a sus compañeros, aún sin proponérselo. Su tía, Ana Bevans, quien fue su primera maestra, y su padre, quien influyó decididamente en su educación, se empeñaron en enseñarle a pensar con claridad y a expresarse con brevedad geométrica. Cuando tuvo la edad suficiente, ingresó al Colegio Nacional de Buenos Aires. Como todos los jóvenes de su época, sus intereses intelectuales no eran los autores románticos tan populares en la generación anterior sino aquellos más fuertes y ejecutivos que se ocupaban de los asuntos públicos”.

”Ya a los dieciséis años su trabajo escolar “Ruina de las Misiones sobre la expulsión de los Jesuitas de las Misiones del Paraguay” denota su pensamiento objetivo y realista. De entre sus compañeros de colegio, se destaca la amistad que tuvo con Ignacio Pirovano, la que duró toda su vida”.

”Terminados sus estudios secundarios, ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, cuando era rector Juan María Gutiérrez. Para ser admitido en la Facultad presentó un trabajo titulado “Disertación sobre Instrucción Pública, principalmente con respecto a las necesidades en la República Argentina”.

En 1865, como todos lo jóvenes estudiosos y patriotas de la época, se incorporó como voluntario en el ejército para combatir en la guerra de la Triple Alianza, como ayudante del capitán Enciso, ascendiendo luego con el grado de teniente.

Terminó para él la guerra al contraer una enfermedad que lo llevó nuevamente a Buenos Aires. Retomó sus estudios universitarios que finalizarían en 1869 con una tesis doctoral sobre “El Derecho Electoral”. En su tesis doctoral, Pellegrini, deja sentado toda una doctrina filosófica sobre el derecho al voto que tienen los ciudadanos; en su desarrollo decía que el voto se debía limitar a los alfabetos, instando al Estado a introducir la instrucción primaria obligatoria, cuya consecuencia sería el aumento del padrón electoral. No coincide con el filósofo inglés, Stuar Mill que defendía el sufragio censitario (para ejercer su capacidad electoral se obligaba a pagar los réditos de un censo), porque, decía Pellegrini, eran los pobres quienes se beneficiaban con las leyes. De acuerdo con la célebre frase de consideraciones sobre el gobierno representativo, Mill sostenía que “La educación universal debe preceder al sufragio universal”, lo cual estaría indicando una coincidencia de Pellegrini con Mill. Obsérvese que se habla de derecho que el individuo tiene al voto y nunca de obligación, como luego se establecería en la Argentina con la Ley Sáenz Peña.

Nuestro personaje tiene un profundo sentido de la vida afectiva cuando dice: “¡Cuán desgraciado debe ser el que nunca ha querido!”. Esto lo expresa después de haber contraído matrimonio, el 25 de diciembre de 1871, con Carolina Lagos García, de diecinueve años, hija de Juan Isidro Lagos y de Josefa García Arguibel.
La preparación de Pellegrini y su personalidad participativa, interesada en los asuntos públicos, indicaba que el único cauce de su vida sería la política y es así que adhirió al alsinismo, es decir al Partido Autonomista.

jueves, 22 de enero de 2015

CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 1





La liberalidad del pensamiento político, que así debe ser, porque así son nuestras tradiciones y así lo establece nuestra Carta Magna; en lo económico el equilibrio de las variables que tiendan a incrementar la producción, sin entrar en el proteccionismo a ultranza, pero tampoco en el liberalismo ortodoxo, es la práctica aconsejada a países con un exiguo grado de desarrollo. Creemos que Carlos Pellegrini era un pragmático, poniendo énfasis en el industrialismo utilizando en la práctica esa política de flotamiento de las variables.


La formación industrialista era natural de su familia, ya que su padre era ingeniero y había venido al país en 1828 a realizar diversas obras públicas, que el retraso de las mismas lo obligó a ejercer de pintor y retratista para solventar a su familia. La ausencia de industrias lo dejó sin alternativas para su profesión.
En 1883 viajó a Estados Unidos a estudiar los procesos de industrialización, visitar fábricas, usinas, laboratorios y talleres. Carlos Pellegrini quiso tomar una visión personal de la forma en que los Estados Unidos de América había entrado en la industrialización, sabiendo que también la producción agropecuaria era una de las fuentes de ingresos importantes. Así como Sarmiento, viajó al país del norte a estudiar la educación de ese país, él también quería incrementar el trabajo industrial en provecho del pueblo. Asimismo, visitó Canadá con el mismo propósito.

Roca tenía una gran cualidad natural para evaluar el conocimiento de las personas y vio en Pellegrini un promotor de la comprensión del país en el exterior; por eso le encargó que se trasladara a Europa, en representación del gobierno argentino, para que inicie gestiones de crédito y demuestre a la banca internacional el campo de inversiones que la Argentina le proponía.
Al respecto Pellegrini manifestó: “... en Londres me aguarda una batalla más compleja y sutil. Los banqueros ingleses ignoran las enormes posibilidades de este país. Yo les demostraré la grandeza del cuadro y a buen seguro que abrirán la bolsa”.

La gira fue harto exitosa y prolifera en entrevistas y jornadas de trabajo, exhibiendo informes y estadísticas del crecimiento argentino y sus potencialidades en la cuestión de los recursos naturales y humanos. En materia política tuvo que acrecentar el convencimiento al explicar la evolución que habían tenido las instituciones a partir de 1853, con una Constitución vigente y una República naciente y vigorosa. Su presencia personal, imponente y de voz firme, daba a la acción la credibilidad que era necesaria para exponer los temas. Londres y París fueron los teatros de operaciones de Pellegrini y su gestión fue calurosamente aprobada por el presidente Roca.

Era evidente que Carlos Pellegrini se estaba preparando para ocupar posiciones trascendentales en la vida institucional del país. Sus viajes al exterior y la experiencia recogida le han otorgado un pensamiento adelantado para la época. Antes de los viajes relatados había visitado París, Hamburgo, Viena, Londres y Egipto en compañía de su esposa.

La modernidad de sus pensamientos y siguiendo la tradición familiar, se declara partidario del voto femenino y de los derechos civiles de la mujer, conceptos tan adelantados como el caso del sufragio femenino, que recién se aplicaron sesenta años después, no como un derecho sino como una obligación; pero voto al fin.

Sistema Educativo Argentino - 1880 1909

martes, 20 de enero de 2015

Esteban Echeverría – Parte 4



¿Y cómo resuelve Echeverría este problema? –“La política, dice él, debe encaminar sus esfuerzos a asegurar por medio de la asociación de cada ciudadano su libertad y su individualidad”. –“La sociedad no debe absorber al individuo o exigirle el sacrificio absoluto de su individualidad”.

¿Es eso el comunismo que hoy aflige a la Francia y amenaza a Europa?

El libro de Echeverría o más bien de la juventud que le adoptó por órgano, es el punto de partida de toda propaganda sana y fecunda para estos países. Contiene el credo político con que la juventud de Buenos Aires se preparó a la vida pública en 1837, cuando parecía llegada la hora de sus destinos. As cosas han vuelto al punto de arranque. Mañana cuando la juventud se apronte de nuevo, debe acudir a esa fuente porque no hay otra. Es el honor, es la lealtad, es la religión, es el desprendimiento aplicados a la política. Echeverría ha sellado la pureza de su doctrina, con su muerte, aceptada con tranquilidad y nobleza, en país extraño, en medio de la pobreza, lejos de la tiranía, que le hubiera recibido con caricias, lejos de sus bienes de fortuna, que no ha querido poseer bajo la tiranía.

He aquí sus máximas; Armando Carrel habría tenido envidia de tanta virilidad y energía; -“Asociarse, mancomunar su inteligencia y sus brazos para resistir a la opresión, es el único medio de llegar un día a constituir la patria… Uníos y marchad… No os arredre el temor, ni os amilanen los peligros… Del coraje es el triunfo; del patriotismo el galardón; de la prudencia el acierto. Acordáos que la virtud es la acción, y que todo pensamiento que no se realiza, es una quimera indigna del hombre. Estad siempre preparados porque el tiempo de la cruzada de emancipación se acerca… Caed mil veces; pero levantaos otras tantas. La libertad como el gigante de la fábula, recobra en cada caída nuevo espíritu y pujanza; las tempestades la aguardan y el martirio la diviniza”.

El Correo de Ultramar, del 15 de diciembre de 1849, ha publicado su retrato, y uno de sus poemas titulado la Guitarra. –El espiritual Rugendas ha ilustrado algunas escenas de la Cautiva, -poema descriptivo del desierto o la pampa, con cuadros que se han publicado en Europa.- La última obra publicada por él, es el Avellaneda, poema político en que canta al héroe de este nombre, muerto gloriosamente por la libertad en la última revolución argentina.

Pero el más hermoso trabajo suyo está inédito tal vez hasta hoy; pues aunque lo tiene el señor Frías, en París, con encargo de imprimirlo, no tenemos noticias de que lo hay llevado a cabo.

En cartas que el ilustre muerto hoy día, nos hizo el honro de escribir hace un año, nos habla de esos poemas en estos términos, que creemos dignos de reproducir, pues serán el único prefacio de tales trabajos; -“No sé si habré acertado en la pintura de Tucumán. En cuanto al carácter de Avellaneda, me he atendido a lo ideal. No poco me ha dañado a este propósito la circunstancia de ser hombre de nuestro tiempo. No se pueden poetizar sucesos ni caracteres contemporáneos, porque la poesía vive de la idealización. Avellaneda es una transformación de un tipo de hombre que figura en todos mis poemas, en varias edades de la vida y colocado en situaciones distintas”.
“El Ángel Caído” me decía en otra carta, es un poema serio y largo: tiene once cantos y más de once mil versos. Es continuación de la Guitarra. El Avellaneda es una transformación del personaje principal de aquellos poemas. El Pandemonium, que escribiré si Dios me da salud y reposo de ánimo, será el complemento de un vasto cuadro individual y social en el Plata”.

La muerte ha segado en su germen esas brillantes flores que un día debían ornar las letras de la América del Sud.

El sol fulgente de mis bellos días
Se ha oscurecido en su primera aurora
Y el cáliz de oro de mi frágil vida
 Se ha roto lleno.
Ángel de muerte de mi vida en torno
Mueve sus alas y suspira sólo
Fúnebre canto.
Como la lumbre de meteoro errante, 
Como el son dulce de armoniosa lira,
Así la llama que mi vida alienta,
Veo extinguirse.
Lira enlutada melodiosa entona
Funeral canto, acompañadla gratas,
Musas divinas; mi postrer suspiro
Un himno sea.

La aurora de esperanzas políticas aparecida en el horizonte argentino en 1838, hermoseó la tumba de Juan Cruz Varela, el barco de la guerra de la Independencia de aquel país. Echeverría cierra hoy sus ojos cuando de nuevo bullen las esperanzas de la libertad en el corazón de su patria. Ellos se han ocultado cual luceros al despuntar el día de la regeneración política de los pueblos del Plata.



lunes, 19 de enero de 2015

Esteban Echeverría – Parte 3


A este espíritu de asociación y a las ideas adoptadas como palabras y principios de orden, ha dado Echeverría el título de dogma socialista, en la última edición del código o digesto de principios que la juventud argentina discutió y adoptó en 1836. Ese trabajo, de que fue redactor Echeverría, muestra lo adelantado de la juventud de Buenos Aires, en ese tiempo, gracias a sus esfuerzos propios, pues la revolución francesa de febrero no ha dado a luz una sola idea liberal que no estuviese propagad en la juventud de Buenos Aires, desde diez años atrás.

El socialismo originando por ese movimiento, ha hecho incurrir en el error de suponer idéntico a ese loco sistema, el formulado en Buenos Aires por el escritor americano de que nos ocupamos. Hay un abismo de diferencia entre ambos, y sólo tienen de común el nombre, nombre que no han inventado los socialistas o demagogos franceses, pues, la sociedad y el socialismo tales cuales existen de largo tiempo, expresan hechos inevitables reconocidos y sancionados universalmente como buenos. Todos los hombres de bien han sido y son socialistas al modo que lo era Echeverría y la juventud de su tiempo. Su sistema no es el de la exageración; jamás ambicionó mudar desde la base la sociedad existente. Su sociedad es la misma que hoy conocemos, despojada de los abusos y defectos que ningún hombre de bien autoriza.

Un escritor de Rosas, un extranjero mezclado en las disensiones de Buenos Aires, por vía de especulación, ha supuesto calumniosamente que la doctrina formulada por Echeverría, era la misma que propagaban los perturbadores de la paz en Europa. El nombre, el título de la publicación, han dado pretexto para esa innoble y pérfida imputación. Echeverría contestó en el lenguaje merecido al autor del Archivo Americano.

Todo el socialismo de Echeverría se encierra en esta fórmula que tomo de su libro excelente, calumniado por los asalariados de la tiranía; -“Para que la avocación corresponda ampliamente a sus fines (se lee en el Dogma), es necesario organizarla y constituirla de modo que no se choquen ni se dañen mutuamente los intereses sociales y los intereses individuales, o combinen entre sí estos dos elementos –el elemento social y el elemento individual, la patria y la independencia del ciudadano. En la alianza y armonía de estos dos principios, estriba todo el problema de la ciencia social”.

Esteban Echeverría – Parte 2


Echeverría había recibido una educación distinguida, que bien resalta en sus obras sanas de fondos y elegantes de forma. Aunque conocido como poeta principalmente, escribía prosa con fuerza y elegancia, y sus conocimientos como publicista eran de una extensión considerable.

Él se educó en Francia. Favorecido de la fortuna, rodeado de medios ventajosos de introducción en el mundo, frecuentó los salones de Laffitte, bajo la restauración, y trató allí a los más eminentes publicistas de esa época, como Benjamín Constant, Manuel, Destut, de Tracy, etc.

Regresó a Buenos Aires en 1830, dejando preparada la revolución de Julio, cuando en el Plata se entronizaban los hombres retrógrados que han gobernado hasta hoy.

Echeverría fue el portador, en esa parte de América del excelente espíritu y de las ideas liberales desarrolladas en todo orden por la revolución francesa de 1830. Como la de 89, cuyos resultados habían favorecido y preparado el cambio argentino de 1810, la insurrección de Julio ejerció en Buenos Aires un influjo que no se ha estudiado ni comprendido aún en toda su realidad. Echeverría fue el órgano inmediato de esa irrupción de las ideas reformadoras.
No hay hombre de aquel país, en efecto, que con apariencia más modesta haya obrado mayores resultados. Él ha influido como los filósofos desde el silencio de su gabinete, sin aparecer en la escena práctica. Él adoctrinó la juventud, que más tarde impulsó a la sociedad a los hechos, lanzándose ella la primera.

Todas las novedades inteligentes ocurridas en el Plata, y en más de un país vecino, desde 1830, tienen por principal agente y motor a Echeverría. Él cambió allí la poesía, que hasta entonces había marchado bajo el yugo del sistema denominado vulgarmente “clásico”; introdujo en ese arte las reformas que este siglo había traído en Europa. Gutiérrez, Mármol, y cuantos jóvenes se han distinguido en el Plata como poetas, son discípulos más o menos fieles de su escuela.

En otro orden más serio, en el camino de las ideas políticas y filosóficas, no fue menos eficaz su influjo. Él hizo conocer en Buenos Aires, la “Revista Enciclopédica”, publicada por Carnot y Leroux, es decir, el espíritu social de la revolución de julio. En sus manos conocimos, primero que en otras, los libros y las ideas liberales de Lerminier, filósofo a la moda en Francia, en esa época, y los filósofos y publicistas doctrinarios de la Restauración.

Él promovió la asociación de la juventud más ilustrada en Buenos Aires; difundió en ella la nueva doctrina, la exaltó y la dispuso a la propaganda sistemaza, que más tarde trajo o impulsó enérgicamente la agitación política, que ha ocupado por diez años la vida de la república argentina. Es raro el joven escritor de aquel país de los que han llamado la atención en la última época, que no le sea deudor de sus tendencias e ideas en mucha parte, por más que muchos de ellos lo ignoren.